“SENTIDO COMÚN”: el sentido ausente en la clase política de Chile
Carlos Urzúa Stricker
Profesor de Estado
Se sabe que la realidad exterior a las personas se percibe por medio de los sentidos y que éstos son los medios que les permiten relacionarse con el exterior que los circunda. Por medio de los sentidos se reciben estímulos, informaciones, aspectos, sensaciones, que permiten la interacción de los seres humanos con su realidad.
La realidad, los objetos materiales, las personas con las que nos relacionamos, adquieren sentido en esta relación sensible, cuando las mismas personas las revisten de atributos que cobran relevancia y valor para cada una de ellas.
Esto último, vendría a ser como una especie de “espíritu” que anima al mundo sensible a los ojos de la percepción que cada persona hace de esa realidad. Una realidad subjetiva, propia y que dependerá de la cultura, del intelecto y de la experiencia.
Esta subjetividad es la que lleva a los políticos a mirar los problemas desde su “bagaje intelectual”, desde el conjunto de ideas o principios postulados o defendidos por los partidos o movimientos políticos a los que adhieren o militan.
La subjetividad los lleva a considerar que sus ideas son las verdaderas, con lo cual cada uno de ellos se atrinchera en una única verdad.
Una visión de la verdad como, por ejemplo, para referirse al rol y tamaño del Estado; una visión de verdad para concebir la participación y la tenencia de los medios de producción, desde alguna de las doctrinas políticas, tales como el liberalismo, capitalismo, socialismo o comunismo, entre otras.
De esta forma, los partidos políticos existentes en Chile, inspirados en algunas de las formas doctrinarias que citamos, se disputan la solución de los problemas y debaten en la acción pública de la política, la forma de imponer sus propias verdades. Se trata de como cada grupo se impone en cuanto a poder, olvidando que dicho poder es transitorio y se les ha otorgado por la población para que les resuelvan sus problemas.
En el contexto precedente, a diario se observa que los dirigentes políticos, sean estos del poder ejecutivo, legislativo o de la dirigencia en cualquiera de los niveles de poder institucional o político, tienen percepciones de la realidad, alejadas de la población que dicen representar. A veces pareciera ser que viven en una realidad paralela, circunscrita a sus modelos ideológicos o partidistas.
Sorprende también, que frente a la consulta que se les hace, todos, en menor o mayor grado, constatan y coinciden en que los problemas más graves que afectan hoy a la mayoría de los chilenos son la seguridad individual y material, la previsión, la salud, la vivienda y la educación.
¿Por qué sorprende? Porque, no obstante coincidir, perciben dichos problemas de distinta manera y plantean también, de distinta forma, las propuestas de política pública para darles solución. En el intertanto, la población observa, como debaten, opinan, vociferan, se confrontan, se elaboran informes, se forman comisiones y se prometen soluciones, que en definitiva no llegan a consolidarse como políticas de Estado de largo alcance.
Se observa, también, una disputa permanente entre el poder ejecutivo y gran parte del poder legislativo y entre los partidarios del gobierno y los opositores. Una tensión permanente que termina por agotar a la sociedad, que observa incompetencia en sus autoridades, e ineficiente gestión; falta de liderazgos, falta de convicciones y lo que es peor, falta de preparación intelectual, de conocimientos, que, asociados a la inexperiencia y baja preparación, tiene como resultados la pérdida de confianza, el descrédito del Estado, de sus poderes, de sus instituciones, de la política y de la dirigencia.
Así entonces, la percepción mayoritaria de la población es que no se avanza y los problemas persisten desde un gobierno a otro, cuya consecuencia es el desgano, la desesperanza, la insatisfacción y la falta de horizonte futuro para los jóvenes, adultos y también para los mayores.
Aumenta la violencia en el trato a diario, como producto de las insatisfacciones y la falta de esperanza. Desde hace tiempo, las “encuestas” muestran el desprestigio de la mayoría de las instituciones públicas, de la clase dirigente y también del gobierno. Se asocia, a todo lo anterior, la corrupción en el aparato público, el narcotráfico, el narcoterrorismo y el aumento de la delincuencia, cuyas prácticas ya han sido normalizadas por la autoridad, lo que es lo peor, pues pasa a ser parte de la realidad que ellos “han dejado de ver”.
Es dable considerar, entonces, que no obstante la falta de preparación, uno esperaría que al menos los dirigentes que tienen la responsabilidad de dirigir el país tuvieran al menos, “sentido común” para sortear la falta de experiencia en la administración del Estado.
Es decir, ser capaces de movilizar algunas capacidades, que les permitan tomar decisiones con cierto grado de fundamento, formular propuestas y emitir algunos juicios; sentido común para rescatar experiencias comparadas de soluciones, que reformuladas pueden ser factibles de ser implementadas, con la suficiente flexibilidad para ir perfeccionándose en el tiempo. La población espera de sus dirigentes, al menos, capacidad para elaborar pensamientos con sentido común, y que puedan sostenerse en algún tiempo. Que la doctrina que se profesa los lleve a actuar convencidamente, sin denotar ignorancia en cuanto a los fundamentos que las sostienen. Un político o dirigente, que no es capaz de sostener sus propias ideas, carece de convicciones.
La nueva “clase política dirigente, conformada mayoritariamente por adultos jóvenes; formados casi todos en la dirigencia estudiantil universitaria, pasando directamente al parlamento y al gobierno, iniciaron su camino político formando nuevos partidos políticos, desligándose de la historia política de los últimos 30 años, que según ellos, respondía al modelo heredado de la dictadura y planteando la necesidad de realizar profundos cambios estructurales en el Estado chileno.
Tomaron como bandera de lucha la formulación de una nueva Carta Fundamental, un nuevo sistema de previsión, un nuevo sistema de salud, un nuevo sistema impositivo y tributario, entre otros, los que a su juicio, respondían y mantenían el modelo capitalista basado en una doctrina neoliberal, heredado de la “dictadura cívico militar”.
Preocupa que estos adultos jóvenes, los que han asumido importantes responsabilidades en el actual gobierno, no hayan reflexionado respecto de sus competencias para servir determinados cargos: Ministerios, Subsecretarías, Secretarías Ministeriales y Direcciones Generales; cargos de elección popular para el Parlamento, Gobernaciones, Gobiernos Regionales, Alcaldías y consejeros Municipales, por citar algunos.
Falta de sentido común que ha llevado a los dirigentes políticos a buscar el poder, patrocinando para cargos de representación popular, a personajes de la farándula, a personajes populares sin ninguna competencia intelectual o técnica para desempeñar determinados cargos. Es así como, en los últimos 30 años, los chilenos hemos visto desfilar por el parlamento y en los municipios, a personajes, que, al no contar con ninguna preparación, solo han podido ser comparsa para las votaciones, donde nunca se les escuchó plantear alguna idea o proponer una ley. Todo ello contribuyendo al descrédito de la política.
Para justificar la incompetencia se recurre a frases tales como “otra cosa es con guitarra”, errores administrativos frente a faltas graves en la gestión administrativa y falta de curvas de aprendizaje.
Hoy, el sentido común, el más común de los sentidos, entendido como la capacidad para tomar decisiones adecuadas, se observa ausente; demasiados errores, faltas administrativas, corrupción y delitos, en la administración del Estado, nos llevan a sugerirle a estos adultos jóvenes, dejar de lado la soberbia en cuanto a que la “juventud es garantía de cambios; que es garantía de superiores estándares morales y que es garantía de capacidad y competencia para realizar la denominada modernización y cambios estructurales en el aparato estatal.
Sentido común, pensando en el bien común de la sociedad para comprender y evaluar los riesgos que implican las decisiones y las responsabilidades que se asumen. Los tiempos actuales, siglo XXI, con extraordinarios avances científicos y tecnológicos, nos sugieren más reflexión, más rectitud, más tolerancia y respeto, más filosofía para no olvidar que los fines, por muy loables que sean, no justifican los medios.