Compartir

Filosofía

Publicado por Citerior Julio 6, 2022

¿Qué es la Metafísica?

EL SENTIDO DE LA METAFÍSICA EN TANTO QUE MODO DEL ENCUENTRO CON EL SER

Hernán A. Cortez Cortez-Monroy

Dr. en Filosofía

Hablar de “metafísica” en estos tiempos donde el conocimiento, los avances científicos y los perfeccionamientos técnicos e ingenieriles tienden a estructuras mucho más pragmáticas y especializadas no sólo es, al parecer, anacrónico sino también extravagante.  La imaginería del metafísico moderno más bien se acerca a la idea romántica del doctor Fausto de Johann Goethe, al monstruo del doctor Frankenstein de Mery Shelley o el Cthulhu de Phillips Lovecraft.  Todo ello está lejos de lo que, en verdad, se denomina metafísica.  Sin embargo, dentro de la “historia de la filosofía” todavía permanece ese prejuicio.  Pero aquellos que, de alguna manera y hasta cierto orden de cosas, piensan en lo que es la metafísica encuentran en ella algo que no deja de ser atractivo, profundo y relevante. La metafísica resuena bajo el orden filosófico contemporáneo una y otra vez.  Y, sin duda, no se puede escapar a ella. 

¿Qué es aquello que la metafísica posee y que hace que ella misma no desaparezca del todo?  ¿Por qué dentro de los intelectuales, la metafísica sigue siendo un pensar principal? ¿En qué consiste el prejuicio de no llamar a la filosofía, aquella que responde a la pregunta por el ser o por el sentido de éste, por la existencia, por la conciencia, por la vida, simplemente metafísica?       Existe, sin duda, un imaginario inconsciente no sólo del metafísico, sino de la metafísica en cuanto tal.  Ese imaginario-simbólico penetra el sentido de lo que es la metafísica y, finalmente, la tergiversa.  Y lo más sorprendente de todo ello es que han sido los mismos filósofos y librepensadores los que han desperdigado y esbozado dicho prejuicio. 

Un asunto que no está lejos de ser desproporcionado sino, al mismo tiempo, inaudito, por extraño que suene.  Y lo es por dos razones: primero, porque aquello que denominan metafísica fue aquello que “algunos autores” del medioevo y los modernos la confundieron irremediablemente con los paradigmas escatológicos y otras extravagancias propias de la teología racional.  Y, por el otro, porque toda filosofía se funda, al final de cuentas, en fundamentos metafísicos.  Más todavía, toda filosofía ha de contener un sentido metafísico para ser una filosofía, de otro modo se confunda con la lógica. 

Tal como, por ejemplo, la física en cuanto tal no se ha de confundir con las matemáticas o la biología con la química.  Sin duda, lo físico puede entenderse en términos matemáticos o bien explicar la vida en términos químicos, pero no son lo mismo. 

Tal vez, hemos de volver a preguntar.  Y, en esa pregunta que hemos de hacernos, hemos de encontrar la respuesta.  ¿Qué es metafísica? 

La pregunta que interroga por la metafísica no nos pregunta primeramente por lo que la metafísica podría acompañar o quiere decir, sino por lo que ella “es”.   He ahí que la pregunta nos coloca en una posición incómoda y desbordante.  Y es incómoda, en primer lugar, porque no podemos responder a buenas y primeras.  Y desbordante, en segundo lugar, porque no hay algo ahí que esté delimitado, tal cual lo están las cosas comunes y corrientes.  Y si pensamos con más detención y con mayor atención las cosas, las mismas cosas no están simplemente ahí, delimitadas tal cual las delimitamos en nuestra trivialidad. 

Si le preguntamos a un físico teórico qué son las cosas que están alrededor, y que cumplen tales y cuales funciones, éste nos responderá que son campos, sistemas cuánticos complejos, objetos físicos que se traducen a ecuaciones matemáticas, estructuras informáticas reales y concretas, en fin.  Cada uno de nosotros, desde la especialidad que posee o desde la franqueza cognitiva que asume, podría responder de manera peculiar y determinada qué son las cosas.  Tales o cuales cosas. 

Pero nada de ello, al parecer, responde a la pregunta que interroga por la metafísica.  Nadie, en primera instancia, logra responder con claridad y certeza.  Y, entonces, surge aquel imaginario tradicional.  La metafísica es la disciplina filosófica que trata de los primeros principios y primeras causas de las cosas, de los entes, tal cual lo definió Aristóteles, en su obra “Metafísica”.  Sin embargo, desde aquella respuesta a nuestros días, muchas aguas han pasado bajo el puente.  Muchos filósofos la repensaron, la fijaron y hasta la redefinieron. Teólogos, historiadores y comentaristas de la filosofía terminaron por desbordar, desvirtuar y hasta atenuar aquello que inicialmente fue fijado. 

He ahí que, filósofos de la envergadura de Nietzsche terminaron por desdeñarla y negarla en su sentido que, para su época, había alcanzado. Sin duda, Heidegger planteó la pregunta, y la respondió en un artículo justamente intitulado: Was ist Metaphysik?”, traducido al español por Xavier Zubiri.

No se trata aquí de volver a la respuesta ahí conferida de manera magistral. No se trata de reinterpretar o aclarar aquello que ha sido ya aclarado.  Lo que nos compete, por ahora, es repensar majaderamente la pregunta para alcanzar aquella claridad que surge cada vez que uno se pregunta por algo.  No se trata sólo de repetir aquello que ya ha sido dicho, y, por lo demás, ha sido dicho con exquisita luminosidad y honesta hondura filosófica.  

Mientras escribo este artículo, junto a un aromático y tostado café, pienso cómo he de contestar sin caer en aquellas académicas y formales respuestas o en llenarme de citas que empedernidamente pierden de vista “aquello” que inicialmente se pregunta. ¿Cómo puedo responder a la pregunta que interroga por la metafísica, y, a la vez, contestar qué es la metafísica? 

Dos asuntos que son distintos, pero que se entrelazan bellamente, tal cual lo hace el atento bailarín de balé que eleva a la delicada bailarina, y con un sorprendente y sutil movimiento, giran juntos.  ¿Por qué razón nos sorprende algo que, al parecer, el hombre logra hacer?  Y, si alguien es capaz de hacerlo, es porque en nuestra naturaleza humana se es capaz de hacerlo.  Ergo, no nos debería entonces sorprender.  Sin embargo, nos sorprende. 

El acto de sorprendernos es justamente un acto propiamente humano.  La sorpresa responde a nuestra esencial naturaleza.  De este modo, el sorprendernos ha de ser, tal vez, un punto de partida para comprender la metafísica.  Ya no se trata de responder aquel acto desde lo que estructuralmente significa, sino de algo que ha de ser más originario.  Definir llanamente y describir la sorpresa es, sin duda, una parte interesante de la psicología dinámica.  Y aun cuando lo encontremos en otros seres inteligentes, no deja de ser parte de la psicología del hombre.  Más complicado y abismal se coloca el asunto cuando pensamos que hemos de sorprendernos por el sólo hecho de que nos sorprendemos. Así también puede acontecer con la angustia, con la duda, con el amor, con la compasión, con el acto de pensar, con la filantropía, con la caridad, con la frivolidad.  En fin.  Cada acto que realizamos constituye cierta verdad que no se traduce inicial y primeramente como una verdad, sino más bien como realidad. 

La realidad humana — aquella realidad que José Ortega y Gasset llama precisamente la realidad radical — nos pone en la sorpresa, en la angustia, en la duda, en el amor, en la compasión, en la reflexión, en la donación, entre otras cosas.  Sean estas consideradas buenas o malignas.  ¿Qué significa aquello?  ¿Cómo la realidad puede ponernos “en” algo?  ¿Acaso la realidad es algo que pone algo?  ¿Qué es, en realidad, la realidad?  ¿Qué significa que: cada vez que realizamos algo se constituye realidad, aun cuando sea primeramente verdad?  ¿Qué es, en el fondo, la verdad?

Volvamos al comienzo.  La metafísica, según Aristóteles, es la disciplina que tiene como tarea develar y comprender los principios y causas primeras de las cosas… de los entes.  Técnicamente no hay otra idea que la defina con mayor claridad.  Así, por ejemplo, los principios físicos son formulaciones que permiten comprender aquellas “cosas físicas” que están principiadas por ese principio. 

Ahora, si nos preguntamos qué son aquellos principios, ya no estamos instalados en la ciencia física y sus objetos de estudio, sino en algo que permite pensar todo principio, sea físico, sea biológico, sea de otro orden.  Pero aquello fue reducido al paso del tiempo a la lógica.  Y, de este modo, lo metafísico perdió su camino inicial.  Hoy, un físico teórico nos puede decir qué es un principio sin requerir de lo metafísico.  Ese materialismo científico se ha tomado como una comprensión filosófica válida para concebir las cosas y tratar de dar explicación de todo cuánto existe o podría existir.

No obstante, el físico no responde de manera puramente físico, sino que en su concepción de aquella idea cabe un “fondo metafísico” invisibilizado por él mismo.  Tal vez, por el prejuicio de qué es la metafísica o bien porque desconoce qué es aquella.  Tal cual confundimos esoterismo con magia y cuestiones ocultas de sospechoso origen. 

Los prejuicios nos han invadido por todas partes, y, lo más complejo, que se han instalado en el corazón de la ciencia, tal fue el caso de Dirac o de Fermi, de Russell o de Popper.

La negación de la metafísica es la negación de aquello que no comprendieron más que a partir de las ideas de los metafísicos.  Unos metafísicos que elevaron la metafísica a dimensiones que tocaron con la religión ordinaria o con lo sobrenatural.  Era de esperarse que la metafísica, tal cual fue aprendida, fuera despreciada o negada.  En su reemplazo surgió la lógica.  La lógica de las ciencias, la lógica del lenguaje, la lógica del arte, la lógica de las matemáticas… en fin.  

Hemos de sorprendernos de cómo hacemos metafísica sin saber que eso es metafísica. Y cómo las mismas cosas nos salen al encuentro metafísicamente. 

Por ejemplo, cuando uno piensa el ser de algo, en este caso, de las partículas en el espacio físico, en la teoría de campos, la respuesta, por de pronto, surge de manera metafísica.  Pero si se dice que los campos son complejos sistemas de funciones, y sólo eso, la misma teoría se acompleja tanto que, al final del camino, los cálculos matemáticos se hacen tan engorrosos, que ni el mismo físico lo alcanza.  Pero en su soberbia dirá que es muy complejo, pero es porque no existe “todavía” una fórmula que pueda comprender todos esos abarrotados cálculos.  Cálculos que son efectivamente adecuados para lo que ahí se busca, y sale al encuentro.  Lo mismo sucederá con pretender reducir la vida a tres cosas: la materia, las sustancias elementales y la energía.  Jamás lograremos encontrarnos con aquello que justamente hace que lo vivo esté vivo.  Alcanzaremos a concebir todo aquello que se requiere para estar vivo, pero jamás la vida en cuanto tal.  O bien la vida se hace indefinida o bien simplemente se la niega reduciéndola a cualquier cosa que no es nunca vida en sí misma. 

Ese reduccionismo vulgar es otro prejuicio que no nos ha de sorprender cuando se niega la metafísica.  Por otro lado, están aquellos más ingenuos que piensan que con un ordenador más complejo, lo complejo será más fácil de entender y de salir al encuentro.  Y, tal vez, habrá cosas que se harán más fácil de comprender, y nos saldrá a su modo al encuentro. 

De eso no cabe duda.  Un ordenador cuántico que “cuantifique” el mundo.  Pero la “cuantificación” del mundo jamás dará respuesta de qué es el mundo.  Y si alguien afirma que el mundo es, tal vez, todo lo que acaece, tal cual lo afirmó Wittgenstein, sin duda y de manera errada, volverá a caer en el prejuicio.  Y no lo será Wittgenstein el que está en el error, sino aquél que repite dicha expresión sin comprender del todo… todo aquello que está ahí dicho.  Y luego seguirá el camino que nos ha dispuesto el filósofo en su Tractatus.  Un camino de “sistematización lógica”, algunos la denominarán analítica, un recorrido que nos sorprenderá, pues nos saldrán al encuentro asuntos que no habíamos pensado antes o nos obliga a repensarlas, previamente definidas o en algún momento concebidas de cierta manera y en cierto orden de cosas.  

¿Qué es metafísica? 

Metafísica es pensar aquello que algo es en su ser. No cómo se comporta o debería comportarse o cómo está estructurado, sino “qué es aquello”.  Tampoco se trata de simples definiciones, connotaciones o denotaciones.  No es sólo el problema del significado y el significante, o de otras cosas semejantes.  Se refiere a pensar “aquello que es”.  Ser lo que “es” pone, a su vez, el asunto de por qué eso es eso y no otra cosa… O como diría Leibniz que aquello es mejor que sea a que no sea.  Cuando un físico teórico se plantea que es una partícula, un campo, el universo, existe una respuesta anterior a lo que matemáticamente se pone ahí.  La matemática no responde al problema de qué es una partícula, un campo, el universo, una estructura, sino cómo podemos cuantificarlo o bien de imaginarnos un cierto espacio-tiempo geométrico.  Si la partícula, el campo o el mismo universo fueran sólo geometría, entonces deja de ser física.  Sería otra cosa, pero no física.   

Para un hombre de bien es muy importante la ética.  Otro ejemplo.  Es el asunto del mejor proceder de cada persona en el mundo.  Si se reduce la ética al mero comportamiento, entonces se somete ésta a la mera psicología.  Si el comportamiento, por otro lado, se limita a la rectitud, a la bondad del acto legitimado, se reduce éste, a la sazón, el derecho, el deber y la libertad, a lo simplemente jurídico.  Ética y patologización o bien ética y criminalización se volverán en una unidad indistinguibles, tal cual nos lo ha dicho Foucault. 

Si lo remitimos, en otro caso, al lenguaje, la ética se hace intrínsecamente lógica.  Solamente la metafísica de la ética puede ponernos ante lo éticamente moral. 

Otra forma de moralizar la moral termina por ser una cuestión que nos sale al encuentro desde otra cosa que no es nunca ella misma.  Lo que nos hace pensar la ética desde la ética en cuanto tal es inicial y precisamente la posición metafísica.  Y no existe otra forma de entrar en ella.  De hallarnos con ella, y plantearnos los problemas que están en su campo.  De otra forma la reducimos a lo que no es ella o bien, y en el peor de las cosas, la hacemos desaparecer… la negamos.   

Sin embargo, esta concepción de la metafísica en cuanto tal ha de poseer un límite.  Y ese “límite”, indefectiblemente, no ha de ser rebasado, puesto que, entonces, también nos encontramos en otra cosa muy distinta.  

Al parecer, la metafísica para ser lo que es se ha de encontrar con aquello que lo hace ser justamente un encuentro con un cierto algo metafísico.  Y lo que nos ha de sorprender es que: aquello que nos sale al encuentro no es nunca un algo, una cosa, un ente, un ser vivo, un ser humano, un cada uno de nosotros. 

Es el encuentro originario con el ser.  He ahí que existen muchos modos de encuentro, tanto como existen las maneras de decir “ser” y los modos de ser.     

En definitiva, lo que estudia la metafísica es, indudablemente, el ser.  Pero no el ser abstracto, sino el ser de algo.  El ser de las cosas, el ser de lo físico, el ser de la información, el ser del arte… Incluso, podemos volver la seidad de esto al mismo ser del hombre.  En todo ser está irremisiblemente puesto el ser de lo humano.  No hay un fuera ni un dentro del ser; se está en él.