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Actualidad

Publicado por Citerior Enero 21, 2022

ÓMICRON: Aprendamos a vivir en “modo pandemia”

Edgardo Hidalgo Callejas

La OMS ha anunciado un récord de contagios por Covid-19 alcanzando la cifra de 1.351.175 diarios ( 29 diciembre 2021) y es un 40% más del hito precedente. La Ómicron es el mayor responsable por su alta capacidad de contagio.

En enero se informa que en las grandes capitales europeas ha habido repudio y manifestaciones muy numerosas en contra de diferentes medidas de aislamiento: uso de mascarillas, restricciones de movilidad y fuertes controles para su cumplimiento. El mundo ha llegada a un nivel de cansancio a las libertades. No se comprende que las medidas sanitarias buscan proteger a la población y disminuir el número de muertes; pero, increíblemente, son los mismos protegidos los que se oponen: no es racional una actitud así.

Pareciera que el homo sapiens no puede soportar tanto tiempo recluido, restringido y limitado en su afán de vivir cada uno “a su manera”. El miedo no es suficiente razón para protegerse y el riesgo pareciera inherente a la vida de los seres humanos,y por lo menos tiene este un margen de saturación cuando es relativamente permanente en el tiempo: aprendemos a vivir con él.

Las celebraciones de fin de años, con juegos artificiales vuelven Australia y Nueva York, Berlín y Londres; pareciera que todos los países regresaron a sus celebraciones tradicionales.

En este momento es la cepa ÓMICRON la responsable principal. Ómicron debe su nombre a que el 26 de noviembre del 2021, la OMS lo denominó así porque es la variante B.1.1.529 y equivale en griego a la letra inglesa “O”.( no se moleste en entenderlo, para nosotros “da igual”).

La OMS, desde mayo de este año, nombra las mutaciones aparecidas según el alfabeto griego.

Cada cierto tiempo aparecen variantes nuevas, que en su mayoría no tienen relevancia en el desarrollo de la pandemia. La primera detectada (B.1.1.7.) se le dio el nombre de ALFA y así sucesivamente. Ahora vamos en la décimo quinta letra: “O”. Las variantes ALFA y BETA están en estudio en relación con su virulencia, además de la variante GAMMA que se originó en Brasil y LAMDA que apareció en Perú. A todas las catalogadas “de interés epidemiológico” se les sigue un riguroso estudio científico sanitario.

Como podemos apreciar, las noticias internacionales se centran en las variantes más agresivas como la DELTA que es mayoritaria en el mundo y ahora OMICRON (micrón=pequeño) que empieza a disputarle la supremacía. Nosotros, mortales de esta pandemia, sólo conocemos una pequeña parte de los estudios que se hacen con sólo las variantes más agresivas.

Los virus, como todo ser biológico, tienen mutaciones cada cierta cantidad de generaciones.

Ya sabemos que los virus son más antiguos que los animales y llevan millones de años, 3.500 a lo menos, haciendo lo mismo y cada vez con éxito. Su existencia, no obstante, tiene sus características. Necesitan de animales salvajes o domésticos para llegar al homo sapiens.

En la medida que los humanos han ido quitando lugar a los salvajes, el contacto con ellos se hace más fácil y posible; por tanto, es un riesgo que los humanos no han querido dimensionar y ahora tenemos dramáticamente las consecuencias.

 El 60 % de las infecciones vienen de gérmenes patógenos compartidos con animales. En el huésped se replica miles, o millones de veces, extenuando a la célula hasta destruirla. Las “hijas” salen de la célula e infectan a otras, causando la enfermedad y hasta la muerte.

 Especialmente, el coronavirus es muy contagioso porque “salta” a otro huésped antes de matar al enfermo (si no moriría con él). El sistema inmunológico en infecciones tan agresivas no alcanza a decodificar toda la información para empezar a fabricar los anticuerpos y finalmente sucumbe.

 El hombre, como especie homo sapiens, ha derribado todos los peligros que presenta la relación biológica con los otros seres vivos. Ya no tenemos límites para la expansión de nuestra especie en desmedro de todas las restantes; pero esta trilogía hombre-animal-virus parece ser el punto para restablecer los equilibrios de la naturaleza.

¿Es posible? nos preguntamos. Ahora, en el siglo XXI, aparece un virus que ha puesto de rodillas a toda la humanidad. Si las ciencias biológicas, la medicina y la tecnología no hubieran tenido el desarrollo que observamos, esta pandemia habría matado a la mitad de la humanidad, al menos.

Contra los virus, la ciencia hasta el momento no ha ganado muchas batallas, como por ejemplo: el resfrío común y sus muchas variedades, la influenza, el sarampión, el virus sincitial (o sincicial), etc., son todos ejemplos en que la medicina aún no encuentra un tratamiento eficaz para erradicarlas.

En el presente las vacunas siguen siendo la mejor opción. La ciencia deberá encontrar alguna otra forma terapéutica para llegar al tratamiento etiológico, es decir, para potenciar con gran eficiencia el aparato inmunológico y matar tempranamente los gérmenes que ingresen a nuestro sistema somático.

Un ejemplo ilustrativo del valor de hacer terapia etiológica ocurrió con la penicilina y la sífilis; este antibiótico eliminó drásticamente al germen y erradicó la enfermedad que por siglos devastó a la humanidad. Sin tratamiento etiológico eficaz, el virus seguirá por tiempo indefinido en “modo pandemia”.

Sin embargo, para su efectiva erradicación es indispensable la vacunación del total de la población (algunos dicen que con el 80%); pero para ello tenemos que resolver la resistencia contumaz (¡libertad de decidir!) de parte de la población que no quiere y no entiende que mientras haya personas sin vacunarse, el germen tendrá disponible muchos huéspedes para infectar y propagarse.

Esto último es un tema de cultura social, de sentido solidario, de incomprensión e ignorancia sobre el valor de la libertad como derecho: esta termina donde comienza el mismo derecho en el “otro”.

La pandemia seguirá invadiendo a la especia humana, con más agresividad a veces y periodos de regresión por momentos, mientras no se descubra un remedio eficaz. Esto en disputa científica y principalmente económica con las grandes farmacéuticas, cuyo negocio en la fabricación de vacunas es una mina de oro que es difícil de renunciar. Son las Universidades del mundo y los Gobiernos los que finalmente deberán hacer el mayor esfuerzo económico para destinar suficientes recursos a esta investigación científica: creo, es la única esperanza a largo plazo.

 En otro orden de cosas, está la tremenda población de países pobres, sin recursos para comprar las dosis y menos para hacer investigaciones que los lleven a fabricar sus propias vacunas, o- lo que sería mejor aún- descubrir una terapia etiológica eficaz.

Este es el gran problema porque, aunque los países del “primer mundo” logren erradicar al coronavirus, tienen una corriente de infección desde el tercer mundo imposible de controlar. El virus nos está “diciendo” que la inequidad de esta civilización seguirá, si no hacemos un mundo más equilibrado e igualitario.

¡Qué increíble! Un virus microscópico de entre 50 y 140 nanómetros de diámetro (para otros de 120 a 160 nm,: un nanómetro es igual a una millonésima de milímetro), ha venido a decirle al homo sapiens, “reyes del Planeta Tierra”, cuáles son los valores éticos y morales que deben estar más presentes e internalizados en la sociedad.

Nos obliga a pensar qué queremos, conforme a valores más elevados que el lucro, la ostentación y el dinero, como ejes de las relaciones sociales en desmedro de la amistad, la solidaridad, la vida sencilla en armonía con el medio ambiente. El coronavirus le está gritando al mundo que hay aspectos que debemos enmendar para convivir mejor entre nosotros y con nuestro entorno ecológico.

Por lo visto hasta el momento, de todas las plagas que las predicciones bíblicas y otras de tradiciones culturales, parece ser que el virus es la que con mayor fuerza y frecuencia azotará la vida del homo sapiens.

Si tenemos presente que éste, como todos los otros virus, tienen una capacidad de mutarse, es más que probable- más bien es seguro- que seguirán saliendo otras variedades más resistentes y altamente contagiosas. Llevamos 15 mutaciones que han merecido estudios por parte de los científicos que informan a la OMS y sin duda vendrán más.

 ¿Qué debemos, o podemos hacer?

Como dice el título, debemos aprender a vivir en “modo pandemia”, o sea con un manejo saludable de la realidad actual.

La Universidad de Palo Alto, en California, está haciendo una encuesta a nivel mundial en la que una vez contestada, comunican una serie de consejos personales para adaptarse a vivir en estas condiciones de pandemia (recomiendo hacerla, es gratis, además).

La evidencia científica nos indica que el virus persistirá por mucho tiempo, y se transformará en otro de los virus endémicos de la actual civilización. Si esto es lo más probable, deberemos aprender a vivir como lo venimos haciendo obligadamente desde hace 2 años.

Millones de personas en todos los países cambiaron drásticamente sus hábitos de vida diaria, quedándose en casa, restringiendo las actividades al aire libre, alterando sus relaciones sociales y las rutinas laborales, todo lo cual ha aumentado el riesgo de depresiones, ansiedad, inseguridad, aislamiento social patológico.

Sin duda que debemos reaccionar positivamente en el sentido de adaptarnos, porque resistirse a ello no resuelve el problema e indefectiblemente nos llevará a reacciones sicológicas anómalas.

El sicólogo Ricardo Muñoz, (PhD, Universidad de Palo Alto, California) en su libro “Manejo saludable de la realidad” dice en su prólogo:

 “…nuestros pensamientos y acciones influyen en nuestras emociones y de qué manera en lo que hacemos, pensamos y sentimos puede conducirnos a la satisfacción, o a la desesperanza”.

 En sus palabras finales nos dice:

 “ …cada uno debe tener un motivo para implicarse en el aprendizaje del manejo saludable de la realidad (o sea el modo pandemia)”.

Una de las definiciones más acertadas de la palabra “inteligencia” es aquella que dice: “Es la capacidad de adaptarse al medio”, lo cual es cierto y así lo comprobamos en la naturaleza, porque sólo los que tienen más capacidad de adaptación física, síquica y social sobreviven en la evolución. Para el homo sapiens también es válido. Este es el camino; empecemos por buscar y aferrarnos a un motivo que sea la fuerza impulsora para aprender a vivir con esta irrenunciable realidad: el modo pandemia.

 El mundo pareciera que nos está demostrando la condición de adaptabilidad que comentamos al principio de estas líneas, lo que no parece racional- o al menos evolución positiva- y es que esta condición de adaptabilidad debe estar asociada a un cambio de rutinas individuales del diario vivir y sociales de convivencia con todas las medidas sanitarias para sobrevivir sin morir en el intento.

La evolución biológica así lo ha demostrado: las especies se sobreponen a la extinción con cambios fisiológicos al principio, y luego en el largo plazo, físicos protectores y adaptativos de sus vidas. La especie humana, biológicamente debe estar en este proceso, lenta y persistentemente; pero a nivel social ha sido renuente a modificar sus malos hábitos, o mejor dicho “poco saludables”, a la luz de lo que la ciencia le recomienda.

El “modo pandemia” vino para quedarse.