Nueve años sin Juan Rivano
Rogelio Rodríguez Muñoz, Editor
El filósofo Juan Rivano fue uno de mis profesores en la universidad, luego fue mi maestro y terminó siendo mi amigo. El primer recuerdo que conservo de él tiene que ver con un suceso que se produjo antes siquiera de haberlo conocido. Había terminado mis humanidades en el Instituto Nacional y entraba, en 1971, a estudiar Filosofía en la Universidad de Chile. Una de las asignaturas más importantes en primer año era la de Introducción a la Filosofía: en ella los profesores mostraban la disciplina y motivaban nuestro empeño en la aventura del pensar.
Había varias secciones, cada una dictada por un profesor distinto. Como no los conocía, recurrí a mi profesor de Filosofía del Instituto Nacional: “Inscríbase en la sección de cualquiera, menos en la de Juan Rivano”, me aconsejó.
¿Se puede concebir mejor publicidad para empujar a un estudiante recién llegado a una Casa de Altos Estudios hacia lo que se mostraba como una verdadera fuente de un pensamiento irreverente, vetado, tachado, poco menos que maldito? Me inscribí, por cierto, en la sección de Rivano. Y lo tuve también, ese primer año, como profesor de Lógica.
Recuerdo el curso de Introducción: un análisis de ese famoso discurso de Calicles en el diálogo Gorgias de Platón, en que se opone una mirada a los hechos desnudos de los hombres versus la especulación idealista de una filosofía anclada en el reino de las formas puras e inmateriales. Rivano se alineaba con Calicles: la filosofía debía abandonar la torre de marfil y constituirse en reflexión profunda de los “asuntos humanos”, abordándolos en su dimensión material y natural. Años antes, partiendo de Hegel y la filosofía neohegeliana de autores como Bradley y Joachim (traduciendo incluso algunos de sus escritos al español), Rivano había desembocado en la dialéctica materialista, introduciendo el estudio de Marx en los ambientes académicos y universitarios.
Pero en 1971, ya había abandonado el marxismo y comenzaba a cuestionar los resultados de esta ideología en aquellos países con regímenes políticos inspirados en ella, incluido el nuestro: paradójicamente, en nombre de sus principios humanistas, los gobiernos seguían ejerciendo inequidad, violencia, opresión, explotación, censura… Rivano, fiel a la lucidez de un pensar materialista y no sujeto a dogmas de ninguna clase, no vacilaba en remover mitos y poner en tela de juicio toda doctrina política que promoviera o encubriese hechos de sufrimiento, injusticia y enajenación para los seres humanos.
Vino el golpe de estado en 1973. El temor al pensamiento crítico y libertario de parte del régimen militar, junto a innobles desquites personales de algunos oscuros colegas universitarios (defensores de la philosophia perennis, ofendidos por las ideas y escritos de Rivano) llevó a que Juan Rivano se viera despojado de sus cátedras, perseguido, encarcelado por casi un año y obligado a partir al exilio, siendo acogido por el lejano y frío país de Suecia. En esas tierras terminó trabajando como investigador en la Universidad de Lund.
A fines de la década de los ’80 le fue permitido volver a su patria. Su producción intelectual no había decaído en ningún momento y nuevos libros –mostrando variadas inquietudes y articulando las ideas de nuevos autores, antiguos y contemporáneos, con su propia reflexión en forja de importantes herramientas conceptuales para sondear nuestra sociedad y nuestro tiempo– engrandecían su bibliografía. Sin embargo, la Universidad de Chile, que debía haberle abierto sus puertas de inmediato reconociendo su aporte al pensamiento nacional e internacional, complejizó su retorno a las cátedras con innecesarios requerimientos burocráticos que la dignidad de Juan Rivano le impidió aceptar.
Así, siguió viviendo en Suecia hasta el final de sus días: falleció el 16 de abril de 2015, a sus 88 años de edad. En este mes, pues, se cumplen 9 años de su muerte.
La producción intelectual de Rivano alcanza una cincuentena de obras, entre ensayos filosóficos, novelas, piezas de teatro y escritos autobiográficos. Sus ideas también se han desplegado en más de un centenar de artículos de revistas y columnas de opinión en periódicos. A la vista de esta ingente y relevante bibliografía, podría causar extrañeza el grado de desconocimiento de esta obra en nuestros ambientes intelectuales, académicos, culturales. El nombre de Juan Rivano debiera destacar permanentemente entre las escasas figuras filosóficas con que cuenta nuestra historia intelectual. Sus libros debieran ser leídos y estudiados frecuentemente por las jóvenes generaciones de estudiantes de filosofía. Los medios de comunicación debieran nombrarlo cada cierto tiempo, a la vista de los numerosos temas sobre los que arrojó luz su incisiva y honda meditación. Y nada de esto ocurre.
La conclusión a que se debe llegar es que, todavía hoy, la filosofía crítica, punzante, lúcida y rebelde de Juan Rivano sigue incomodando. Incomodando a una tibia y mansa academia filosófica (de la que poco o nada se escucha en nuestro medio, dicho sea al pasar); incomodando a nuestro periodismo cultural; incomodando a nuestros “enseñadores” de la filosofía y las ciencias humanas.
Desde su concepción de una filosofía anclada en los hechos, una filosofía marginal por su propia naturaleza, dedicada cien por ciento a nuestra cultura y nuestra gente, Rivano apuntó a una multitud de contenidos: el poder, la tecnología, los mitos, la ideología, el vínculo cultural, la globalización, el conocimiento, la retórica, el humanismo, el neodarwinismo, la religión, el cinismo, el lenguaje, la lógica teórica y la lógica práctica, la racionalidad, el sinsentido, los problemas dilemáticos de la filosofía… Y nos introdujo pedagógicamente en el conocimiento de escritores y pensadores clásicos y contemporáneos: Diógenes, Montaigne, Koheleth, Edward Lear, Rufus Jones, Karl Popper, Marshall McLuhan, Erving Goffman, Richard Dawkins, Arnold Ludwig, Stephen Toulmin, Thomas Szasz, Edward Hall, Michael Polanyi, Johan Goudsblom, Silvan Tomkins… y en el de interesantes escritoras: Elaine Pagels, Mary Douglas y Susan Brownmiller.
Es de esperar que las jóvenes generaciones de estudiantes de filosofía y ciencias sociales “descubran”, estudien y apliquen el pensamiento de Rivano. Ante tanta charlatanería, fraude e impostura intelectual que nos rodea, las lecciones críticas de este “amante de la sabiduría” resultan ser un tónico de lo más estimulante.