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Filosofía

Publicado por Citerior Noviembre 17, 2025

Nuestra Herencia Socrática

Rogelio Rodríguez Muñoz
Editor

Hay serios investigadores de la filosofía clásica que no vacilan en situar a Sócrates –filósofo del siglo V a. C.– como la figura central de la revolución del pensamiento a que dio origen el tremendo florecimiento cultural griego de ese tiempo.  En efecto, es común llamar a los cosmólogos del siglo VI a.C. “pensadores pre-socráticos” y denominar “filosofía post-socrática” a la elaborada por Platón y Aristóteles, así como a la de las diversas escuelas de pensamiento que surgieron como legado de la sabiduría socrática.

¿Por qué Sócrates cumple este papel?  Por el viraje que hizo dar a la búsqueda racional del conocimiento: desviarla del estudio de la naturaleza (lo externo al ser humano) y conducirla al estudio del hombre y de los propósitos de la acción de este en la comunidad.  Como asevera Cicerón, Sócrates bajó la filosofía del cielo a la tierra. Y ensanchó los horizontes del espíritu humano al colocar como pilar fundamental de todo saber el autoconocimiento.  Llegó a expresar: “Una vida sin examen no merece ser vivida”.

Sócrates, primero, y Platón, después al plasmar la sabiduría socrática por escrito, fueron los cultivadores de un método determinante del progreso ético de la humanidad: el diálogo.  Los diálogos socráticos y platónicos nos enseñaron a los seres humanos –además de una manera de filosofar– que el hecho de conversar, intercambiar ideas, escuchar las razones del otro y oponer argumentadamente las propias, es un modo más civilizado de convivir que dando órdenes u obedeciéndolas, que despreciar la voz de los demás, que construir con monólogos fanáticos la torre oscura de la intolerancia y la censura. 

Sócrates luchó contra toda sociedad que no admitiese la discusión ni la crítica. Oficiando de “tábano de Atenas” combatió los prejuicios, la ignorancia y la impostura intelectual.  Fue –al decir de Kierkegaard– el descubridor de la ironía. Insistió sin claudicar, hasta el final de sus días, en su vocación de hacer de todos los hombres unos seres buenos y bellos, conocedores de la virtud y de sí mismos. Su palabra fértil, audaz y libre ejerció un gran poder de seducción entre los atenienses jóvenes y no tan jóvenes, lo que le costó ser injustamente enjuiciado a sus setenta años y condenado a muerte, bebiendo cicuta. El filósofo enfrentó la adversidad con serena dignidad, sin traicionar los principios morales que constituyeron siempre el entramado de su enseñanza filosófica.

De estos pensadores griegos que cavilaron sobre la existencia humana hace más de veinticinco siglos hemos recogido lecciones esenciales para conformar las sociedades que terminaron cobijándonos. De su profunda reflexión nos ha llegado la materia prima de la democracia, la libertad, la justicia, la ciudadanía, la razón y el arte emancipados de la religión. Del genio de Sócrates y Platón heredamos unos conceptos de la belleza y la fealdad, del bien y el mal, de la felicidad y el infortunio, del alma y el cuerpo, de la sensibilidad y el intelecto que –con los ineludibles matices y ajustes que ha ido imponiéndoles la historia– siguen manteniendo todavía una indudable vigencia.