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Actualidad

Publicado por Citerior Septiembre 18, 2023

Los Contaminantes Ídolos de la Tribu

Profesor Rogelio Rodríguez Muñoz

Editor

El filósofo del siglo XVI FRANCIS BACON acuñó la denominación “ídolos de la tribu” para destacar los obstáculos que la misma mente humana genera en su camino hacia el conocimiento.  Aseveraba que hay en el ser humano un impulso hacia el saber y la comprensión racional de la realidad que lo rodea, pero también hay en él una tendencia a entorpecer ese impulso llevándolo a  caer en los prejuicios, las supersticiones y las especulaciones sin fundamento.

¿En qué consisten, según Bacon, estos ídolos de la tribu?  1) En suponer que en las cosas existe un mayor orden que el que poseen en realidad; 2) en hacer generalizaciones precipitadas ignorando las excepciones; 3) en dejar que las emociones conduzcan el juicio, y 4) en insistir en enfocar la realidad desde una determinada dirección, incluso sin contar con fundamentos empíricos que respalden este punto de vista.

Si bien el dejarse embaucar por estos ídolos mentales afecta el progreso intelectual de cualquier persona común y corriente, pues la lleva a inclinarse por las más ingenuas credulidades, la preocupación principal de nuestro pensador es por el perjuicio que acarrea si contaminan el trabajo científico.  Los hombres de ciencia  –llamados a entregarnos las verdades del mundo– han de ser los que, con mayor razón, deben estar “limpios y desinfectados” de los ídolos de la tribu.

A su juicio, hay dos condiciones que evitarían que la indagación científica se vea amenazada por falsos o errados conocimientos: que sea pública y que se someta continuamente a crítica.

Adelantándose en varios siglos a la práctica actual de las investigaciones científicas, Francis Bacon ya planteaba en su época que los estudiosos no debían ocultar celosamente el resultado de sus observaciones y experimentos, sino que estos debían comunicarse abiertamente a otros investigadores y al público en general.  Su idea era que se debían crear “comunidades científicas”, como ya ocurre en nuestro tiempo. 

El segundo rasgo es también sumamente destacable: la necesidad del trabajo científico de someterse a examen crítico.  También hoy  –a partir de filosofías de la ciencia como la de Karl Popper–  se habla de verificación, comprobación, falsación de las teorías científicas, esto es, que deben estas atenerse a los hechos, considerar cuidadosamente todos los antecedentes, postergar las conclusiones cuando no se tiene suficiente evidencia.

No es andar descaminado pensar que Francis Bacon también estaría de acuerdo, si viviera hoy, en ejemplificar los ídolos de la tribu con las ideologías.  Porque son sistemas cerrados de pensamiento que se presentan como las genuinas respuestas a las grandes interrogantes de la existencia y aseguran una realidad ordenada y significativa a sus adherentes.  Sin embargo, ni la demanda de orden y sentido ni la respuesta ideológica están basadas en procedimientos racionales, sino en aspectos emocionales de la vida humana.  Por ello, las ideologías son tan impermeables a la reflexión crítica y gatillan conductas sociales impulsivas e incontrolables.  A la devoción ideológica  –en nombre de una fe religiosa o de una causa política que se abraza con entusiasmo ciego y delirante–  se deben los peores actos de crueldad y violencia que los seres humanos han cometido contra sus semejantes.

Los ídolos de la tribu fueron denunciados y combatidos por Francis Bacon hace cuatro siglos.  Pero siguen contaminando nuestra existencia y no hay que cejar en la lucha por desterrarlos. Esta consiste, principalmente, en fomentar por todas partes el ejercicio de la razón, en enseñar la importancia de la argumentación y el debate de las ideas, y en resaltar el pensamiento crítico como instrumento esencialmente valioso para el desarrollo espiritual en vez de considerarlo  como algo que hay que temer o evitar.