Levinás y la presencia del Otro
En 1934, Emmanuel Levinas ( 1906-1995), filósofo francés, publicó el artículo: “Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo. En el mencionado texto, el joven Levinas sostiene que para el hitlerismo la clave de una existencia auténtica está en cumplir con el propio destino, que es sobrevivir como pueblo. Se comprende que la vida de cada individuo está marcada por la pertenencia a la tierra y la pureza de la raza.
Para el hitlerismo, la aventura de la existencia consiste en perseverar en el ser, pero no como individuo, sino como representante de un pueblo (por el que puedo llegar a sacrificarme). El hitlerismo silencia así la libertad de los individuos frente al Estado en nombre de un encadenamiento inevitable a la historia de un pueblo.
Levinas comprende, en cambio, que la existencia humana consiste esencialmente en la tensión entre el encadenamiento y la libertad, que nos abre a lo que está más allá de las condiciones materiales dadas.
Es cierto que hay una adherencia inevitable, pero no a una patria o a un pueblo, sino al propio cuerpo. Rechaza el dualismo (separación entre cuerpo y alma), pues no podemos separarnos del cuerpo. A pesar de esta indisoluble relación, tenemos el deseo de salir de nosotros mismos, por ejemplo, cuando sentimos dolor o vergüenza. Esto es así porque también hay en nosotros un sentimiento de libertad. Sin embargo, por mucho que queramos salir de nosotros mismos, estamos clavados a nuestra existencia.
Levinas afirma que la filosofía tradicional ha situado como cuestión central del pensamiento el desencuentro entre el hombre y el mundo. El mundo se concibe o bien como un límite a la libertad humana o como el ámbito de satisfacción de las necesidades. El objetivo en la relación con el mundo es dominarlo, para que no sea un obstáculo o para que esté a nuestro servicio. Esto sucede en el capitalismo, desde el que se asume que para garantizar la propia libertad, hay que asegurarse objetos, poseer mundo, dominar.
Este tipo de planteamientos da por hecho que el ser humano está en paz consigo mismo, pero Levinas considera que en el fondo de nuestra existencia hay una luxación, un desgarro interior, entre lo que somos y lo que desearíamos ser.
Es algo que podemos ignorar, pero no silenciar y por ello asoma cuando sentimos que la satisfacción de necesidades —la dominación del mundo— no basta para encontrar sentido a nuestra vida. Tan inherente a la existencia humana es la necesidad de perseverar en el ser (sobrevivir), como la necesidad de salir de sí (para encontrar sentido al hecho de estar vivo).
El modo en que se entiende la relación cuerpo-alma, encadenamiento-libertad, influye, según Levinas, en el modo en que se viven las verdades.
Quien afirma la libertad por encima del encadenamiento, considera que las verdades son algo separado del mundo y de nosotros mismos: podemos elegir libremente desde qué verdades vivir, incluso optar por mentiras. En este caso, se considera más importante la libertad de elegir verdades que el hecho de comprometerse con ellas.
En cambio, cuando se afirma el encadenamiento por encima de la libertad, lo que vincula con la verdad no es la elección, sino la sangre.
La verdad se presenta aquí como un destino ineludible. La verdad se impone a la raza: el racismo se convierte en una ideología. La supervivencia de estas verdades dependerá de la supervivencia del pueblo que las encarna. Cualquiera que forme parte del pueblo, se convierte en maestro y mensajero de esta verdad. Las verdades del hitlerismo se universalizan por la vía de la imposición, de la conquista. La universalización definitiva llegará cuando desaparezcan quienes encarnan la diferencia. La totalización (el totalitarismo) pasa por la aniquilación de la alteridad.
La concepción de la verdad que presenta Levinas partirá de una visión unitaria de la existencia, que reconoce tanto el encadenamiento como la libertad.
Ser libre no es negar el propio cuerpo o la propia historia, sino nombrar la herencia, reconocerla, para poder ir más allá de ella. No debemos construir una sociedad sin atender a las condiciones previas, pero tampoco encadenándonos a ellas. Alguna libertad es posible a partir de un pasado que ya se ha dado.
En este sentido, dice Levinas que Sartre transmitió una sabiduría fundamental sobre nuestra existencia como expresa en Los imprevistos de la historia : «La libertad humana puede ser redescubierta en medio de aquello que se impone».
La propia identidad no está determinada por la herencia o por nuestro destino; es fruto de las decisiones que tomamos ante lo que viene dado (el yo no es una consecuencia lógica, sino dramática).
Por eso no basta con vivir; necesitamos aprender a vivir de un modo que nos merezca la pena y para eso no solo hay que satisfacer necesidades, hay que abrirse a lo que está fuera de nosotros mismos y tomar decisiones.
Esto es lo que señala que más allá del ser y la supervivencia está la apertura al bien, que es el horizonte de la trascendencia. Esta apertura se da gracias a la presencia del otro, que me llama a salir de mi círculo de necesidades.
Es precisamente esta necesidad de salir de sí, la necesidad de evasión, lo que puede prevenirnos de la barbarie, que está enraizada en la clausura en uno mismo, en la satisfacción de las propias necesidades.
Una política o una economía que solo atiende a los dictados de la necesidad, el interés y la dominación difícilmente escapará de la barbarie. La única forma de salir de ella o prevenirla es abriendo nuevas vías que cuestionen los sistemas basados en la necesidad de perseverar en el ser.
Levinas se propone por ello repensar los conceptos de Estado, enemigo, libertad, amor y justicia, dando un giro a la filosofía: del amor a la sabiduría (que ha llevado al racionalismo extremo, como forma de dominar el ser), hay que ir hacia un «nuevo pensamiento» (recordando a F. Rosenzweig) que atienda a la sabiduría del amor.
La apertura a la alteridad nos libera de la necesidad de (solo) sobrevivir, por la senda del deseo e inaugura la posibilidad de amar. Este pensamiento defiende la parte (lo plural), frente al todo unitario; defiende al individuo del Estado, pero no desde una idea de sujeto autosuficiente y egoísta, sino partiendo de un yo hospitalario. La tarea ética fundamental es convertirse en morada para el Otro.
En su obra De la evasión (Arena libros), Levinas sostiene que «toda civilización que acepta el ser, la desesperación trágica que comporta y los crímenes que justifica, merece el nombre de bárbara». Pero ¿qué necesitamos para poder juzgar la historia; es decir, para cuestionar desde la ética las políticas que desoyen las cuestiones humanas, cometiendo injusticias y condenándonos a la catástrofe?
Solo una subjetividad emancipada de las determinaciones históricas podrá juzgar la historia. Sin un individuo consciente de que es más que su pasado y su patria, el juicio de los acontecimientos será imposible. Como expresa en Totalidad e infinito, ser libre es, para Levinas, construir juntos un mundo en el que se pueda ser libre.
(Olga Belmonte García, departamento de Filosofía y Sociedad de la Universidad Complutense de Madrid.)