Karl Popper: Sabiduría de la Ignorancia
Rogelio Rodríguez Muñoz
Profesor de filosofía
Editor
Karl Popper –destacado filósofo de la ciencia austríaco– nació el 28 de julio de 1902. Si viviera (murió en 1994) habría cumplido en estos días 121 años. A sus 20 años –lo relata en su libro Búsqueda sin término, una especie de autobiografía intelectual editada en 1976– entró a trabajar como aprendiz de un maestro ebanista en Viena y fue este maestro quien, principalmente, le hizo convertirse en un discípulo de Sócrates no solamente al enseñarle cuán poco sabía, sino también al hacerle ver que “cualquiera que fuese el tipo de sabiduría a que yo pudiese aspirar jamás, tal sabiduría no podría consistir en otra cosa que en percatarme más plenamente de la infinitud de mi ignorancia”.
Popper vuelve a plantear esta idea en una conferencia pronunciada con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid en el año 1991. Señala que Sócrates, en el siglo V a.C., con su célebre frase “Sólo sé que nada sé” nos enseñó que la sabiduría consiste en el conocimiento de nuestra ignorancia. Han pasado muchos siglos y hoy nos asombra el acelerado desarrollo del saber, el enorme volumen de las publicaciones científicas que nadie puede abarcar. Sin embargo, la lección socrática continúa plenamente vigente. Popper da cuatro razones que avalan su actualidad.
- a) Cuando hablamos de conocimiento científico usamos el término conocimiento con un significado diferente al del uso diario: el saber científico no es acabado ni absolutamente cierto, está sujeto a constante revisión. Es hipotético, conjetural. En este sentido, la idea de Sócrates se aplica sin problemas a la ciencia moderna: el científico debe ser consciente de que no posee certezas absolutas, sino que ignora muchas cosas.
- b) Asimismo, mientras más avanza la ciencia y más se sabe, más grande es el abismo de ignorancia que se extiende frente a los investigadores. Con cada logro científico aumentan los problemas y a una velocidad mayor que las soluciones.
- c) En tercer lugar, en nuestra época cada uno de nosotros sabe tanto como Sócrates, ni más ni menos, entendiendo el saber como almacenamiento de información en nuestra memoria. Lo que sí ocurre es que somos conscientes de que hoy se sabe muchísimo más y acerca de muchas cosas diferentes que en los tiempos del filósofo griego.
- d) Justamente por esto, somos conscientes también de muchas teorías reputadas como verdaderas que, a lo largo de la historia, se han revelado falsas.
Tres principios epistemológicos y, a la vez, éticos pueden deducirse de la idea de Sócrates:
- El principio de la falibilidad.
- El principio del diálogo racional.
- El principio de acercamiento a la verdad con la ayuda del debate.
Estos principios implican un caro valor para la convivencia social y la comunicación humana, el de la tolerancia.
Popper propone una nueva ética profesional. La antigua –asevera–, aunque también basada en los conceptos de verdad, racionalidad y responsabilidad intelectual, se cimentó en la idea de que es posible llegar al conocimiento cierto de maneras personal, por lo que el concepto de autoridad personal jugó en ella un relevante papel. En contraste, la nueva ética se basa en el concepto de conocimiento incierto y de la búsqueda de la verdad en la comunicación con los otros. Doce principios establece nuestro filósofo como base de esta nueva ética profesional:
- No se llega a la verdad individualmente (el conocimiento es conjetural), por lo que no hay autoridades.
- Es imposible evitar los errores.
- Debemos hacer todo lo posible por evitar los errores, conscientes de la dificultad que esto encierra.
- Debemos someter a crítica nuestras teorías y no apegarnos ciegamente a ellas: hasta las mejor comprobadas pueden ocultar errores.
- Por tanto, debemos cambiar nuestra actitud hacia nuestros errores.
- Debemos aprender de nuestros errores.
- Tenemos que detectar nuestros errores, examinarlos desde todos los ángulos para descubrir por qué se cometieron.
- Debemos ejercer una actitud autocrítica, franca y honesta hacia nosotros mismos.
- Debemos aceptar los errores que los demás nos señalan y agradecer esta información. Y no ser severos cuando indicamos los errores de los demás: hasta los más grandes científicos los han cometido.
- Necesitamos a los demás para descubrir y corregir nuestros errores (de la misma manera que los demás nos necesitan a nosotros). Necesitamos las diversas perspectivas culturales, así se logra tolerancia.
- La crítica de los demás es muy necesaria, tiene casi la misma importancia que la autocrítica.
- La crítica racional debe ser específica: alegar razones específicas cuando una afirmación o hipótesis específicas nos parezcan falsas o no válidas. Guiarse por la idea de acercamiento a la verdad objetiva. La crítica, en este sentido, debe ser impersonal.
Estas ideas de Popper nos traen a la memoria un antiguo relato oriental en que se cuenta que un famoso guerrero visitó la casa de un maestro Zen. Al llegar se presentó, contándole de todos los títulos y aprendizajes que había obtenido en su larga vida. Después de tan sesuda presentación, le solicitó al maestro que le enseñara los secretos del conocimiento Zen. Por toda respuesta, el maestro lo invitó a sentarse y le ofreció una taza de té.
Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro vertió el té en la taza del guerrero y continuó vertiendo el líquido aún después de que la taza estuviese llena. Consternado, el guerrero le advirtió al maestro que la taza ya estaba llena y que el té se estaba escurriendo por la mesa. Entonces, el maestro le respondió: “Exactamente, señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría, pues, aprender algo?”
Popper nos advierte que no podemos andar por el mundo considerando que nuestra taza está llena. En lo que respecta al conocimiento, los tiempos actuales –igual que los anteriores– nos exigen cautela y modestia. La actitud más adecuada de quien quiera aprender es tener una mente abierta junto a un espíritu curioso. Así, día tras día nos iremos colmando con los frutos de nuestra indagación y ello nos hará crecer personal, social y profesionalmente.
En nuestra época –cuyos signos más marcados son la desestabilización de lo tradicional y el cambio permanente– no faltan los impulsos a convertir el saber humano en convicción dogmática. Las pretensiones de certezas absolutas, sin embargo, atentan contra la ética de la convivencia humana que resulta tan necesaria para construir un mundo mejor. El dogmatismo es intolerante. No estimula el debate de las ideas y condena el error, en vez de aprender de él.
Siguiendo a Popper, debemos abogar por el diálogo, el examen crítico de las ideas propias y ajenas, la apertura a los nuevos y diversos saberes. Y no caer en la tentación de creernos poseedores de verdades incuestionables. Ello nos bloquea y nos impide seguir investigando. Debemos recordar la vieja lección de Sócrates, cultivar la humildad intelectual y disponernos a buscar cada día más conocimiento.
Así, nos enriqueceremos como personas y transmitiremos estas enseñanzas en nuestros entornos. No debemos cerrarnos a las nuevas experiencias que la realidad nos depare. Siempre hay mucho que aprender. En materia de estudio y perfeccionamiento, la soberbia nunca ha sido fecunda.