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Actualidad

Publicado por Citerior Abril 26, 2020

Happy Birthday, Sigmund Freud

FREUD, A 164 AÑOS DE SU NACIMIENTO.

      Rogelio Rodríguez Muñoz, profesor de Filosofía, magister en Educación.

Se ha escrito que tres grandes golpes ha recibido la arrogante pretensión humana de ser una especie privilegiada y especial moldeada a semejanza de los dioses.  Uno: el derrumbe del mito de que  nuestro mundo, la Tierra, era el centro del universo, causado por la teoría heliocéntrica de Copérnico y defendida, extendida y perfeccionada magistralmente por Galileo.  Dos: el derrumbe del mito de nuestro origen divino causado por la teoría de Darwin de la evolución de las especies basada en la selección natural.  Y tres: el derrumbe del mito de la absoluta y efectiva racionalidad de los actos humanos causado por la teoría del inconsciente elaborada por Sigmund Freud, fundador de la corriente psicoanalítica.  La humillación sufrida por estos mandobles de la ciencia,  sin embargo, no nos ha hecho más indignos, sino más sabios.

 

De uno de estos pulverizadores de mitos se cumplen, en el mes de mayo de este año, el aniversario de su nacimiento Nº 164 (nació el 6 de mayo de 1856).  A manera de sencillo homenaje, queremos dar brevemente una mirada a la trayectoria de Freud.

No hay duda que, más allá de la apología o las críticas que han  merecido sus ideas, Freud cambió radicalmente la manera en que tenemos que mirarnos a nosotros mismos.  La humanidad no ha sido la misma después de algunos grandes pensadores, entre los que ciertamente hay que incluir a Freud.

Como ha señalado Jerome Neu:  “La influencia de Freud no deja de ser enorme y penetrante.  A él debemos una nueva y poderosa manera de pensar e investigar los procesos humanos de pensamiento, acción e interacción.   Freud dio sentido a campos de la experiencia por lo general ignorados o incomprendidos, y aunque uno quiera rechazar o discutir alguna de las teorías o interpretaciones particulares de Freud, sus escritos e ideas son demasiado importantes como para descartarlas sin más.  Freud tiene aún mucho que enseñarnos”  (Guía de Freud).

Freud desde joven se interesó por los “asuntos humanos”.  Abordó exhaustivamente los estudios humanísticos y científicos, abarcando con su conocimiento la literatura, el arte, la filosofía, la ciencia y la política.  Señalaba que le interesaba el mundo lleno de debilidades de los seres humanos, preocupándose de las razones de toda fisura de la existencia.

Estudió medicina, pero se sintió poco atraído por la práctica cotidiana de la medicina clínica; tampoco le estimuló suficientemente el trabajo de neuroanatomía.  Seguía ya entonces la pista de los problemas que iban a ocuparle el resto de su carrera científica:  los trastornos nerviosos, las conductas neuróticas, buscando no explicaciones puramente  fisiológicas (a la manera, por ejemplo, del doctor Breuer, con quién trabajó en un comienzo) , sino motivaciones psicológicas.

En la concepción freudiana puede encontrarse una figura o tema central en torno al cual se organizan sus demás ideas clave:  la represión (el mecanismo de defensa por el cual ciertas ideas potencialmente inquietantes son apartadas de la conciencia).  Freud escribió:  “La doctrina de la represión es la piedra angular sobre la que descansa toda la estructura del psicoanálisis”.

Una reflexión sobre la represión nos lleva al núcleo de la cosmovisión freudiana:  en nuestra mente tenemos la conciencia, un estrato psíquico claro, y el inconsciente, un nivel psicológico que se encuentra oculto.  Tenemos un cúmulo de ideas que se afanan por llegar a la conciencia; un mecanismo censor que etiqueta algunas como demasiado perturbadoras para ser admitidas conscientemente y, por tanto, las relega a una existencia de purgatorio en el reino del inconsciente; y un proceso de conversión, por el cual el afecto que rodea a la idea perturbadora puede ser convertido en algún tipo de síntoma  –inofensivo, como un lapsus verbal, o más violento, como un ataque de histeria.  Sólo si la idea perturbadora puede ser modificada de algún modo, posee la capacidad para llegar al conocimiento preconsciente y, por fin, entrar en el nivel consciente.

Freud investigó el origen sexual  de las neurosis y comenzó a describir sus mecanismos en términos de represión psíquica y procesos inconscientes.   Concluyó que el camino hacia la comprensión de la mente se encontraba en el análisis de los sueños.  Comprendió que los sueños de las personas normales reflejaban muchos de los diversos procesos y mecanismos que él había estado observando en sus pacientes neuróticos e histéricos.  También aquí podía percibirse un mecanismo de censura, varios tipos de disfraces, ideas amenazadoras que intentan expresarse y mucho contenido sexual latente.

Freud llegó a creer que todos los sueños contenían algún tipo de deseo o fantasía.  El sueño era el cumplimiento encubierto de un deseo reprimido, un medio psíquico de llevar a cabo algún tipo de previa determinación o inquietud.  Para tener acceso al deseo era necesario mirar a través de su contenido manifiesto (o superficial) y desentrañar su contenido latente (o subyacente).  Las defensas que configuraban el sueño incluían la condensación, el desplazamiento y varios tipos de pantallas, cada una de las cuales tenía que eliminarse pacientemente para esclarecer el significado del sueño.

El análisis de los sueños reveló a Freud los mecanismos de defensa y de la conciencia.  De aquí llegó al hallazgo de los complejos en el ser humano y, principalmente, del Complejo de Edipo.   Freud confirmó que los temas sexuales están en la base del inconsciente de todos los individuos y que los mecanismos de defensa eran elaborados, principalmente, para hacer frente a estos temas sexuales, perturbadores y difíciles de afrontar.

Freud desarrolló también una teoría de la sexualidad infantil.  Se interesó, asimismo, por la memoria y el olvido, los chistes, los lapsus linguae y otros errores significativos, explicando su relación con el inconsciente. 

Sus principales  ideas se reúnen  en su obra magna  La interpretación de los sueños, un grueso volumen publicado en 1900. Como comentó más tarde, esta obra contenía “los más valiosos de todos los descubrimientos que he tenido la buena fortuna de hacer”.  En este libro Freud ofrecía un detallado razonamiento sobre por qué los sueños representan el camino hacia el inconsciente, explicaba su mecanismo y exponía ampliamente sus ideas sobre la naturaleza del aparato psíquico.

Freud echó mano de los fenómenos y mecanismos de los sueños para exponer sus teorías sobre la conducta humana y el inconsciente.  Su modelo  –un mecanismo (o censor) que critica y un material que es criticado, escondido en el inconsciente y que a través de la adopción de varios disfraces y fórmulas de compromiso lucha por abrirse paso hacia la preconsciencia y el estado consciente —  da cuenta de diversos fenómenos del comportamiento humano.  Explorando el inconsciente, Freud descubrió que todo lo que ocurre en la vida de una persona queda grabado y ejerce luego una gran influencia en su vida posterior.  En la vida psicológica el olvido no existe:  lo que existe es el olvido consciente, pero no el olvido inconsciente.  El inconsciente es como una gran bodega en que toda experiencia queda guardada.  Freud llegó a la conclusión de que las primeras experiencias infantiles, especialmente en los primeros cinco años de vida, eran decisivas para el desarrollo de la personalidad adulta, idea que hoy tiene una enorme repercusión en educación y es ampliamente aceptada.

Freud puso en marcha el movimiento psicoanalítico durante los primeros años del siglo XX.  Bosquejó una revolucionaria serie de ideas, las que estaban en importante desacuerdo con las enseñanzas imperantes en los campos de la psicología y la psiquiatría de entonces.  Para que estas ideas hubieran de ejercer influencia, Freud debió crear un ámbito de apoyo que pudiera valorarlas y difundirlas.  Dio un nombre a su escuela de pensamiento: el Psicoanálisis y tuvo importantes seguidores.

  En 1908 surgió la Sociedad Psicoanalística de Viena, un modelo para muchos otros grupos semejantes en todo el mundo.  En 1910 comenzó a existir una Asociación Psicoanalítica Internacional, que incluía varias organizaciones nacionales bajo un presidente común.  Freud se convirtió en una figura mundialmente famosa, que se aventuró mucho más allá de los límites de los estudios de casos prácticos y los tratados clínicos.  Impulsó el psicoanálisis cada vez más hacia asuntos políticos y culturales de mayor amplitud.  Publicó obras importantes y controvertidas acerca de la psicología de los grupos, la política, la guerra, la agresión y los malestares de la civilización.  También trató sobre la religión, a la que dedicó el ensayo El porvenir de una ilusión (1929) y donde explica el origen de las representaciones religiosas a partir de la demanda vital de los seres humanos de consuelo y seguridad:  la religión es una ilusión que sirve para apaciguar el terror humano ante las fuerzas de la naturaleza, para conciliar al hombre con la crueldad del destino y para compensarle de los dolores y las privaciones que  le impone la vida civilizada en común.  

Afirmó, asimismo,  que en el ser humano existen dos instintos básicos, el instinto de vida (Eros) y el instinto de muerte (Tanatos), que pugnan entre sí y que buscan manifestarse a toda costa, a pesar de las barreras represivas de la cultura.  Con estas ideas Freud se dirigió a un auditorio que, en la coyuntura de la traumática Primera Guerra Mundial, anhelaba una explicación de la destrucción humana.

Freud permaneció activo hasta casi el final de su vida, atendiendo a pacientes y escribiendo obras aun después de su forzosa emigración a Londres por la persecución nazi, a la edad de 82 años.  No sólo dejó un impresionante legado de obras que leer, estudiar y discutir o seguir, sino también una escuela psicológica organizada, el movimiento psicoanalítico, que continúa construyendo en todo el mundo sobre este legado tras su muerte, ocurrida en 1939.

El imperativo socrático “Conócete a ti mismo” ha cruzado siglos y culturas.  Todavía no hemos podido obedecer por completo al oráculo de Delfos.  Paso a paso nos vamos acercando a desentrañar el mayor enigma para el hombre:  el hombre mismo.  Darwin, Marx, Einstein y otros singulares exploradores de la ciencia han ido trazando esa senda. Pero también,  en la historia intelectual de Occidente, hay que incorporar a Sigmund Freud, quien nos enseñó que fuéramos saludablemente escépticos acerca de lo que creemos saber e incesantemente curiosos con respecto a qué más podríamos saber de nosotros mismos.