¿Es el Ser Humano un producto del azar?: Implicancias Filosóficas de la Teoría de la Evolución
Guillermo Villafañe Feres
La creencia en Dios no es incompatible con la idea de evolución; no lo fue en tiempos de Huxley, no lo es hoy. De hecho, hubo evolucionistas cristianos que juraban ver en el curso de la evolución la mano sabia del Todopoderoso.
Estos evolucionistas teístas rechazaban la selección natural por obvias razones; definitivamente, decían, el gran proyecto evolutivo de Dios no podía ser tan brutal. Pero más allá de eso, sus coincidencias desaparecen.
Algunos teístas se orientan hacia el lamarckismo, tal vez por entender que el uso-herencia era menos cruento, más cristianamente correcto que la lucha por la vida darwiniana; otros lo hacían hacia la ortogénesis, también conocida como la evolución ortogenética, la evolución progresiva o la autogénesis; es una hipótesis biológica, según la cual la vida tiene una tendencia innata a evolucionar de un modo unilineal debido a alguna «fuerza directriz», ya sea interna o externa.
Ciertamente, el lamarckismo daba a la voluntad y a la acción de los organismos un lugar central en la evolución, y eso sin duda gusta mucho a los evolucionistas teístas; pero el significado de la teoría de la evolución no es sólo científico, sino también cultural.
No es una teoría más, junto a otras teorías científicas, sino la que está poniendo en crisis muchos de los presupuestos que han vertebrado la cultura occidental. Las implicaciones que para la ciencia, el pensamiento y la cultural en general tiene el planteamiento evolucionista, todavía hoy día no han sido asumidas del todo.
La difusión del darwinismo (y el evolucionismo en términos generales) repercute en el modo de ver el Universo y de situar al ser humano en él. Supone, pues, un cuestionamiento radical y profundo de nuestro tradicional antropocentrismo, que nos lleva a una nueva autocomprensión de nosotros mismos: el hombre es una especie animal más y la vida humana es, en su nivel más radical, vida biológica.
Desde estas ideas se podrá abordar de ahora en adelante todo lo humano. Esta remisión de “todo” lo humano a lo biológico, no obstante, corre el peligro de reducir lo humano a lo biológico. Es muy diferente decir, y esa es la gran lección de Darwin, que el ser humano está arraigado en la vida biológica, que decir que sólo es vida biológica y a ella se reduce.
La teoría de la evolución da que pensar al filósofo acerca de su sentido y significado último, pues nos plantea un interrogante fundamental: ¿es el ser humano un producto del azar?
En un mundo como el nuestro, donde el desorden parece ser la nota dominante, resulta difícil integrar una explicación tan armónica y ordenada de los cambios que han ido produciéndose en la evolución. Si todo es producto de la casualidad, la aparente perfección del resultado es sorprendente. Y el nacimiento y desarrollo de la vida es una feliz e incomprensible fortuna de la naturaleza.
Durante el transcurso de la historia de la humanidad, el ser humano ha tratado de buscar respuestas a la incógnita del origen de la vida y como las especies han ido evolucionando o adaptándose a nuevos ambientes. Las diversas teorías buscando estas respuestas estuvieron acompañadas por evidencias y estudios de diversas ciencias que apoyaron sus propuestas, ayudando a entender cómo funciona el concepto de vida en nuestro planeta Tierra.
Antes de Darwin, muchos otros naturalistas y pensadores propusieron y debatieron la existencia de una evolución biológica de las especies mediante causas naturales, es decir sin intervención divina. Los orígenes de estas ideas se pueden encontrar ya en filósofos de la Grecia clásica y en naturalistas musulmanes del Medioevo.
Las teorías predarwinianas de la evolución fueron los primeros pasos para asentar la base en la que Charles Darwin se apoyaría y modificaría para marcar la diferencia entre la nueva y antigua concepción de la vida.
A partir de la tercera edición de El origen de las especies, Darwin añadió una sección dando las gracias a distintos naturalistas anteriores y contemporáneos a él, como su abuelo Erasmus Darwin, quién en 1794 publicó sus ideas sobre la evolución biológica.
En estos agradecimientos, destacó como uno de los mayores referentes al naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck, quién propuso la primera teoría científica sobre la evolución, la “transmutación de las especies”. Lamarck y sus ideas ha sido ignorado durante la mayor parte del siglo XX, pero sus planteamientos han cobrado relevancia para los biólogos evolutivos, debido a descubrimientos sobre la herencia de los caracteres adquiridos.
“El origen de las especies” representó una revolución intelectual y cultural similar y complementaria a la revolución copernicana, como la teoría heliocéntrica cuestionó el poder de la Iglesia Católica, que proclamaba a la Tierra como el centro del Universo. Este fue el primer paso.
El segundo lo dio Darwin al confirmar que las especies no han sido creadas en forma separada, sino que son resultado de un proceso evolutivo a partir de formas básicas que se diversifican y expanden.
Darwin no aquilató la extraordinaria influencia que su teoría tendría en la ciencia y la religión; sus teorías abrieron campo también a intelectuales que se basaron en ellas para la elaboración de sus propias ideas sobre el comportamiento social del hombre. Es así que lo que comenzó a llamarse “darwinismo” se enarboló también como enlace al ateísmo científico del siglo XIX.
En el campo científico, la teoría evolutiva darwiniana tuvo una importancia determinante en el desarrollo de la biología, extendiéndose a otras disciplinas, como la geología, cosmología y paleontología, que permitieron un mayor soporte a esta teoría.
En la actualidad, es poco probable y dudoso que se modifique sustancialmente en el futuro la visión darwinista sobre la importancia de la selección natural como proceso productor de adaptación y de diversificación.
Entre las consecuencias de la filosofía evolucionista, destaca su impacto sobre la ética social y política que a fines del siglo XIX e inicios del XX se inspiró en el principio de la supervivencia del más apto, lo que sirvió para justificar totalitarismos políticos e ideológicos.
La antropología filosófica, que analiza al hombre en sí mismo, frente a la Tierra y el Universo, nos ha permitido encontrarnos con hombres superiores, que dentro de la evolución incesante del Universo y el progreso humano, han accedido a mayores niveles de categoría intelectual y que por medio de la razón se han enfrentado con decisión y valor al medio, para contribuir en la búsqueda del conocimiento, a fin de ubicar más correctamente al hombre en su universo.