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Editorial

Publicado por Citerior Mayo 10, 2021

En búsqueda de la huella del profesor fallecido

Dr. Humberto Maturana Romecin ( 1928- 2021),Premio Nacional de Ciencias.

Se pierden, desaparecen  los contornos físicos de la figura del profesor Humberto Maturana en el horizonte de las realidades vivenciales. Ya no está con nosotros y empezamos a escarbar el sendero que transitó en busca de sus huellas, del rastro que dejó su paso por el existir.

Y es curioso hablar o escribir sobre aquello, ya que nos estamos refiriendo al hombre, al científico chileno que se atrevió a definir lo que era la Vida, desde su famosa fórmula (autopoiesis):

“Los seres vivos somos sistemas autopoiéticos moleculares, o sea, sistemas moleculares que nos producimos a nosotros mismos, y la realización de esa producción de sí mismo como sistemas moleculares, constituye el vivir”.

Por lo tanto, la negación de este proceso dinámico, su interrupción, es la Muerte.

Este aporte teórico a la neurociencia le granjeó un lugar destacado en el concierto científico mundial y dio paso a múltiples influencias en el campo de la biología, la psicología, la filosofía, entre otras disciplinas.

Sin embargo, sus investigaciones acerca del comportamiento de los seres vivos, particularmente los humanos, sus interrelaciones entre sí y con su entorno y su capacidad de transformar sus conductas o hábitos, constituyen,- sin duda,- un valiosísimo legado a nuestra convulsionada sociedad actual.

Profundizó, por ejemplo, en lo que denominó “ el sentido de lo humano”, es decir, en aquellas modalidades de nuestra experiencia de vivir que nos identifican como tales.

Habló de la reflexión y el sentido de la convivencia como modalidades de relación esperables para generar sociedades sanas y progresistas, en las cuales el factor Educación representa el ideal a seguir.

Repetía incansablemente que la Educación del niño permitía hacer palpable la virtud del respeto hacia el otro (citaba continuamente uno de sus axiomas favoritos: “ los niños buscan adultos a quienes respetar”); el respeto hacia el que piensa distinto, el respeto por aquel que cambia de opinión, el aprender a escuchar, el aprender a ser honesto consigo mismo y con los demás.

Lo dijo alguna vez: “Todo vivir humano ocurre en conversaciones, y es en ese espacio dónde se crea la realidad en que vivimos”.

Con qué palabras, entonces, se puede resumir la profundidad valórica de su obra científica y humanista en la hora de su despedida; con qué expresiones traducir su convicción férrea de permanente aliento por reivindicar la honestidad, como aspiración deseada en la interrelación social .

Quizá el mejor homenaje que se puede rendir a su memoria es contribuir a exaltar las virtudes  que dignificaron su quehacer académico, científico y filosófico: tolerancia, aprender a escuchar al otro, honestidad y respeto por la persona humana.