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Cultura

Publicado por Citerior Noviembre 14, 2019

Antonio Negri: la biopolìtica, el imperio, la multitud.

Antonio Negri: la biopolìtica, el imperio, la multitud.

                                                                                        Juan de Dios Labbé Fuentes

Negri nació en Padua, Italia, un 1º de agosto de 1933. Es un filósofo y pensador post marxista, conocido entre otros por ser coautor de la obra Imperio, en la que expone su tesis respecto de la teoría marxista.

Imperio, fue realizado en colaboración con el filósofo político norteamericano Michael Hardt -1960- y publicado el año 2000. Esta obra ha sido considerada como el “Manifiesto Comunista del siglo XXI.”

Desde joven, Negri fue un activo militante; comenzó por allá en la década de 1950. Se unió al Partido Socialista italiano en 1956, militancia que duró hasta 1963.Se involucró cada vez más con los movimientos marxistas.

A finales de 1970 es vinculado a las Brigadas Rojas –grupo terrorista italiano de los años 70-80- involucrándolo en el asesinato del ex Primer Ministro de Italia, Aldo Moro, en 1978. Además de ser acusado de varios otros cargos, entre ellos el de asociación ilícita e insurrección contra el Estado, fue condenado en rebeldía a 30 años de cárcel por su participación en dos atentados.

Muchos de sus textos más influyentes fueron publicados mientras estaba en la cárcel.

Negri es autor de varios libros, en los cuales plantea interpretaciones originales respecto a la obra de Karl Marx y de Baruch  Espinoza.

Negri reformulará sus planes de investigación y de pensamiento elaborando las bases de la definición de una nueva figura del trabajo vivo de Marx, adecuada en un sentido ontológico a las nuevas dimensiones completamente sociales de la producción, la cooperación y el poder de mando. Esta figura prospectiva y estratégica, además de conceptual, es la multitud.

Las tesis centrales de su obra Imperio, según la cual, el Estado –Nación ha perdido su papel rector como formación política primaria para dar lugar a un mecanismo global de poder difuso y descentralizado, denominado Imperio.

El Imperio se está materializando ante nuestros ojos.

Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego, precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales.

Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción, ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando –en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo.

La soberanía declinante de las naciones-estado y su progresiva incapacidad para regular los intercambios económicos y culturales es, de hecho, uno de los síntomas principales de la llegada del Imperio.

Por imperio entendemos algo diferente de imperialismo.

El imperialismo fue realmente una extensión de la soberanía de los Estados-Nación europeos más allá de sus fronteras.

El pasaje al Imperio emerge del ocaso de la moderna soberanía.

El concepto de Imperio se caracteriza fundamentalmente por una falta de fronteras. Primero y principal, entonces, el concepto de Imperio incluye a un régimen que, efectivamente, abarca a la totalidad espacial, o que, realmente, gobierna sobre todo el mundo “civilizado”.

Segundo, el concepto de Imperio no se presenta a sí mismo como un régimen histórico originado en la conquista, sino como un orden que, efectivamente, suspende la historia, y así fija el estado existente para la eternidad.

Desde la perspectiva del Imperio, este es el modo en que serán siempre las cosas, y el modo en que siempre debió ser.

Tercero, el mando del Imperio opera sobre todos los registros del orden social, extendiéndose hacia abajo, a las profundidades del mundo social.

El Imperio no sólo maneja un territorio y una población, sino que también crea al mundo que habita. No sólo regula las interacciones humanas, sino que también busca, directamente, regir sobre la naturaleza humana. El objeto de su mando es la vida social en su totalidad, y por esto el Imperio presenta la forma paradigmática del bio-poder. Finalmente, aunque la práctica del Imperio está continuamente bañada en sangre, el concepto de Imperio está siempre dedicado a la paz; una paz perpetua y universal, fuera de la historia.

El Imperio que enfrentamos ejerce enormes poderes de opresión y destrucción. El pasaje hacia el Imperio y su proceso de globalización ofrece nuevas posibilidades a las fuerzas de liberación. Las fuerzas creativas de la multitud que sostienen al Imperio son también capaces de construir un contra-Imperio, una organización política alternativa de los flujos e intercambios globales.

La Constitución del Imperio.-

Muchos autores señalan que para aproximarnos al concepto jurídico de Imperio, este nos llega de una larga tradición, primariamente europea, que retrocede, por lo menos, hasta la antigua Roma, donde la figura jurídico-política de Imperio se asoció íntimamente con los orígenes cristianos de las civilizaciones europeas. Allí, el concepto de Imperio unió categorías jurídicas y valores éticos universales, haciéndolos funcionar juntos como un todo orgánico.

El concepto de Imperio es presentado como un concierto global bajo la dirección de un único conductor, un poder unitario que mantiene la paz social y produce sus verdades éticas.

Desde el principio, entonces, el Imperio pone en marcha una dinámica ético-política que yace en el centro de su concepto jurídico. Este concepto jurídico incluye dos tendencias fundamentales: primero, la noción de un derecho que se afirma en la construcción de un nuevo orden que abarca la totalidad del espacio de lo que se considera civilización, un espacio universal, ilimitado; y, segundo, una noción de derecho que abarca a todo el tiempo dentro de su fundación ética.

El Modelo de Autoridad Imperial.-

El nuevo paradigma es tanto sistema como jerarquía, construcción centralizada de normas y producción extendida de legitimación, extendido por todo el mundo.

Negri y Hard plantean que podemos así reconocer la fuente inicial e implícita del derecho imperial en términos de acción policial y de la capacidad de la policía para crear y mantener el orden. La legitimidad del ordenamiento imperial sostiene el ejercicio del poder policial, mientras que al mismo tiempo la actividad de la fuerza policial global demuestra la verdadera efectividad del ordenamiento imperial.

La multitud contra el Imperio.-

El poder imperial ya no puede resolver el conflicto de las fuerzas sociales mediante esquemas que desplacen los términos del conflicto. El Imperio crea un potencial para la revolución mucho mayor que el de los regímenes modernos de poder, porque nos presenta, a lo largo de la máquina de comando, frente a una alternativa: el conjunto de todos los explotados y subyugados, una multitud directamente opuesta al Imperio, sin mediación entre ellos.

No debe sorprender, entonces, que al Imperio, pese a sus esfuerzos, le resulte imposible construir un sistema de derecho adecuado a la nueva realidad de la globalización de las relaciones económicas y sociales.

La multitud afirma su singularidad invirtiendo la ilusión ideológica de que todos los humanos en las superficies globales del mercado mundial son intercambiables. Poniendo sobre sus pies a la ideología del mercado, la multitud promueve mediante su trabajo las biopolíticas de grupos y conjuntos de humanidad, en todos y cada centro del intercambio global.

La cooperación y la comunicación entre todas las esferas de la producción biopolítica definen una nueva singularidad productiva. La multitud no se forma simplemente arrojando y mezclando indiferentemente naciones y pueblos; es el poder singular de una nueva ciudad.

Tiempo y Cuerpo (El derecho a un Salario Social).-

La nueva fenomenología del trabajo de la multitud, revela al trabajo como la actividad creativa fundamental que, mediante la cooperación va más allá de todo obstáculo impuesto sobre ella, y re-crea constantemente al mundo.

Es en este sitio de constitución ontológica donde el nuevo proletariado aparece como un poder constituyente.

Este en un nuevo proletariado y no una nueva clase trabajadora industrial. Esta distinción es fundamental.

La clase trabajadora industrial representa sólo un momento parcial en la historia del proletariado y sus revoluciones, en el período en que el capital era capaz de reducir el valor a la medida.

Sin embargo, en el contexto biopolítico del Imperio, la producción de capital converge cada vez más con la producción y reproducción de la misma vida social

El trabajo -material o inmaterial, intelectual o corporal- produce y reproduce la vida social, y en ese proceso es explotado por el capital. Este amplio panorama de producción biopolítica nos permite reconocer la generalidad total del concepto de proletariado.

Esta generalidad de la producción biopolítica deja en evidencia una segunda demanda política de la multitud: un salario social y un ingreso garantizado para todos.

El salario social se opone, primeramente, al salario familiar, esa arma fundamental de la división sexual del trabajo, por la cual el salario pagado por el trabajo productivo del trabajador varón es concebido también como pago por el trabajo reproductivo no asalariado de la mujer del trabajador y sus dependientes en el hogar.

A medida que la distinción entre trabajo productivo y reproductivo se desvanece, así también se desvanece la legitimación del salario familiar. El salario social se extiende mucho más allá de la familia, hacia toda la multitud, incluso a aquellos que están desempleados, porque toda la multitud produce, y su producción es necesaria desde la perspectiva del capital social total.

En el pasaje a la posmodernidad y la producción biopolítica, la fuerza de trabajo se ha vuelto crecientemente colectiva y social. Ya no es posible sostener el viejo slogan” a igual trabajo igual paga” cuando el trabajo deje de ser individualizado y medible. La demanda de un salario se extiende a toda la población que demanda que toda actividad necesaria para la producción de capital sea reconocida con igual compensación, de tal modo que un salario social sea un ingreso garantizado.