¿Ángel o Demonio? El Impacto de lo Social en la Ética Personal
Rogelio Rodríguez Muñoz, profesor de filosofía
¿Por qué una persona buena de pronto comete actos de maldad? ¿Qué induce a un individuo, conocedor y practicante frecuente de los dictados morales de lo bueno y lo recto, a actuar violando esos preceptos y convertirse en un monstruo malvado?
Tales son las preguntas que buscó contestar el psicólogo social estadounidense Philip Zimbardo en sus creativas investigaciones plasmadas en su libro El efecto Lucifer. El porqué de la maldad. Hace unos días, el 14 de octubre de este año, a sus 91 años falleció este destacado científico social, cuyo legado abarca más de medio siglo de estudios sobre la influencia de los entornos y roles sociales en la conducta humana.
En el libro mencionado plantea que generalmente no prestamos una atención suficiente a los factores externos que determinan nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos. Escribe: “Los psicólogos sociales nos preguntamos en qué medida los actos de una persona se pueden deber a factores externos a ella, a variables situacionales y a procesos propios de un entorno o un marco dado”.
Zimbardo sabe de lo que habla, pues –con la finalidad de investigar las influencias situacionales– en el año 1971 llevó a cabo un experimento conocido como “la prisión simulada” en la Universidad de Stanford, estudio ya clásico en el ámbito de la psicología social. En él participaron 24 estudiantes normales, sanos e inteligentes, dividiéndose por azar entre carceleros y reclusos.
Se intentaba determinar qué ocurre cuando se coloca a gente buena en un lugar malo: ¿triunfa el espíritu humanista o la fuerza de la situación acaba corrompiendo a los buenos? El estudio pretendía tener una duración de dos semanas, pero antes del final de la primera semana se tuvo que poner término al experimento. En el plazo de seis días los estudiantes, completamente posesionados de sus roles, estaban descontrolados: los guardias convirtieron en norma el abuso, la agresión , incluso, la humillación contra los prisioneros, y estos no perdían oportunidad de rebelarse y tratar de escapar. Algunos reclusos sufrieron colapsos emocionales y en algunos carceleros afloraron claras muestras de sadismo.
La mente humana –asegura Zimbardo– tiene una infinita capacidad para convertirnos en una persona amable o cruel, solidaria o egoísta, creativa o destructiva y es el poder de las situaciones sociales lo que nos llevará por el camino de convertirnos en héroes o por el de tornarnos en villanos. Cuando somos empujados a situaciones nuevas, desconocidas, los viejos hábitos o las características de nuestra personalidad ya no funcionan o no son tan relevantes y somos vulnerables a ciertas fuerzas de la situación, tales como: la dinámica de grupos para conformarnos, la dilución de la responsabilidad por nuestros actos, la deshumanización de otros, los sentimientos de anonimato y la pérdida de la necesidad de rendir cuentas.
Zimbardo maneja las variables de la Persona, la Situación y el Sistema: “La Persona es un actor en el escenario de la vida, cuya libertad a la hora de actuar se funda en su modo de ser personal, en sus características genéticas, biológicas, físicas y psicológicas. La Situación es el contexto conductual que, mediante sus recompensas y sus funciones normativas, tiene el poder de otorgar identidad y significado a los roles y al estatus del actor. El Sistema está formado por los agentes y las agencias que por medio de su ideología, sus valores y su poder crean situaciones y dictan los roles y las conductas de los actores en su esfera de influencia”.
Los “sistemas malvados” crean “situaciones malvadas” en que personas comunes y corrientes, en general buenas, ejercen “conductas malvadas”. Teniendo esto en claro, los seres humanos podemos aprender a resistir influencias situacionales no deseadas.
Podemos ser héroes o villanos: esto significa que nosotros, personas ordinarias, normales y corrientes, podemos cometer actos de bondad o de maldad. Señala Zimbardo: “La banalidad del mal tiene mucho en común con la banalidad del heroísmo. Ninguno de los dos es consecuencia directa de unas tendencias disposicionales especiales; ni en la psique ni en el genoma del ser humano hay atributos especiales para la patología o la bondad. Las dos condiciones surgen en unas situaciones y en unos momentos determinados, cuando las fuerzas situacionales impulsan a ciertas personas a pasar de la pasividad a la acción”.
Lo esencial, entonces, es descubrir, limitar o evitar las fuerzas situacionales y sistémicas que pueden impulsarnos a la maldad. Debemos andar despiertos por la vida para que, frente a las circunstancias, seamos héroes. Ser héroe significa, sencillamente, que debemos recordar siempre los principios éticos que nuestra sociedad nos ha inculcado y disponernos a hacer lo correcto cuando nos toca decidir.