La guerra de Arauco
(La guerra que no era. )
Pedro García M.
Sabemos merced al trabajo de insignes historiadores, entre ellos, por Álvaro Jara Haenke, en su obra que tituló: Guerra y sociedad en Chile, las características que asumió el conflicto entre españoles y mapuches entre los siglos XVI y XVII.
Existe acuerdo entre historiadores y antropólogos, y de distintas tendencias políticas, acerca de la formación, desde el siglo XVII y hasta mediados del siglo XIX, de una zona de contacto fronterizo entre el sistema de fortificaciones españolas en los cursos medio e inferior del río Bíobio y hasta Angol.
Ese espacio consistió en una zona de intercambio comercial que benefició a ambas sociedades, pese a sus evidentes diferencias relativas a la estructura administrativa del poder político.
La historiografía más reciente desnuda la realidad social y militar de una época en que la guerra y sus consecuencias económicas, dan origen a un modo de vida y un sistema de dominación del conquistador español, donde se asientan dispositivos de poder tales como la encomienda, la esclavitud, la maloca, el fuerte y la expedición guerrera.
Uno de los exponentes más destacados de esta postura es el antropólogo francés Guillaume Boccara, quién llegó a Chile en 1991 para la investigación de su tesis doctoral referida al pueblo mapuche en el período colonial y que ha desarrollado una larga bibliografía acerca del mundo indígena y la comprensión de su entorno.
Postula que, durante el periodo colonial, los grupos indígenas que vivían entre los ríos Itata y Toltén, a quienes -dice- se los ha llamado equivocadamente “araucanos”, integraron muchos elementos exógenos a su sociedad y cultura, señalando como ejemplos el caballo, el trigo y el hierro; recibían en sus aldeas a individuos cautivos o fugitivos; incorporaron el bautismo y la realización de parlamentos a su tradición e integraron la cruz a su sistema simbólico, aceptaron misioneros y capitanes de amigos a su sistema sociopolítico. Todas estas adopciones fueron determinando una serie de cambios tanto a nivel objetivo, en el campo de la economía y de las estructuras sociopolíticas, como a nivel subjetivo de la definición identitaria[1].
La esclavitud, legalizada y reformulada por varias disposiciones reales, no tuvo por objetivo vigilar a los indios, sino someterlos para extraerles riqueza en forma de trabajo, en cuya lógica “el fuerte” funciona como enclave en el interior del territorio indígena, como lugar protegido, aislado e inexpugnable, simbolizando el poder español y Real. Esa función y concepción del fuerte irán cambiando para transformarlo en instancia de vigilancia y comunicación[2].
Boccara plasma las ideas de las relaciones entre indígenas y españoles -entre muchas otras publicaciones- sintéticamente en un artículo denominado “El poder creador: tipos de poder y estrategias de sujeción en la frontera sur de Chile en la época colonial”, publicado en el Anuario de Estudios Americanos en 1999[3], desafiando la posición tradicional de los “Estudios Fronterizos” y la esquematización que de esa relación colonial formulara esa corriente historiográfica, la que a pesar del interés mostrado en los procesos de mestizaje y la dinámica sociocultural, siguen siendo -a su juicio- prisioneros de una visión política y cultural tradicional.
Aunque Bocarra se hace cargo de la literatura histórica sobre la vida de la Frontera, esta última es una corriente historiográfica extendida, siendo su principal exponente, aunque no el único, Sergio Villalobos Rivera (Angol 1930-).
Villalobos conceptualiza el fenómeno fronterizo como parte de un tema mucho más amplio de la historia mundial iniciado en la expansión europea del Siglo XV, que da cuenta de un roce violento entre dominadores y dominados, en el que la lucha armada fue un aspecto más, que junto al comercio y la mezcla de razas moldearon un modo de vida. “La vida fronteriza en Chile”, editado en 1992 consigna estas ideas generales de la noción de frontera. Aunque también aborda este fenómeno en otras publicaciones, en este libro destaca su análisis del denominado primer período, el de la guerra, pues desde el fracaso de la guerra defensiva del jesuita Luis de Valdivia, la construcción de fortalezas en determinadas zonas buscaba precisamente ese refugio para la incursiones que se hacían en tierra de indios.
El cronista colonial Alonso González de Nájera, al que Villalobos hace mención y que destaca como el desarrollo de la mejor idea de frontera, formula una descripción detallada de una estrategia basada justamente en la formación de fuertes, que determina una especie de línea con los naturales que debía correr de cordillera a mar.
González de Nájera, en España, entre 1608 a 1614, escribió la memoria relativa a su estadía en la comandancia del fuerte de Angol, entre 1602 a 1607.
Su trabajo fue publicado en 1889 en la Colección de Historiadores de Chile, con prólogo de José Toribio Medina, disponible en Memoria Chilena, llamada Desengaño y reparo de las guerras de Chile.., y cuyo contenido constituye el primer trabajo que escrito,- por un militar,- aborda desde esa perspectiva la guerra de Arauco.
Este cronista, aparte de descripciones valiosas de la vida y personas de esa época, se refiere extensamente a la contextura física de los mapuches, su sistema de organización militar y político, destacando – entre otros atributos – su capacidad militar, expresada en la plasticidad de su caballería.
Si bien no estimó que la guerra de Arauco estaba perdida en términos militares para las armas españolas, advirtió que duraría años, entre otras varias razones, porque la misma guerra en una zona fronteriza, como Angol, estaba produciendo la formación de una sociedad en que españoles, mestizos, estaban trasmitiéndoles a los mapuches las ventajas y debilidades de sus oponentes, destacando el que muchos cautivos y cautivas, preferían seguir viviendo entre los mapuches.
La figura del cautivo perdurará, como símbolo de la naturaleza fronteriza de Chile, hasta bien avanzado el siglo XIX. En el período colonial, los casos más notorios de cautiverio fueron los protagonizados por el capitán Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán y el dominico Juan Falcón, de los Ángeles. Uno y otro ofrecen dos maneras de vivir el cautiverio que tendrán su reflejo en sendas imágenes de la sociedad aborigen.[4]
La dilatada prolongación en el tiempo de la naturaleza fronteriza de Chile es difícil de entender cuando se ve la realidad de otras partes de América.
Las guerras de Arauco habían generado tantos gastos a la metrópoli; de ahí el paralelismo de la situación chilena con la que padecía la Corona en sus dominios europeos rebeldes. Tanto es así que Chile fue llamado el Flandes indiano.
Sin embargo, la realidad que se hizo ver en la Península fue la de un estado permanente de guerra, que, si bien fue fuente de gastos para una Real Hacienda mermada, también supuso en sí un lucrativo negocio, en el que estaban interesados oficiales, funcionarios, comerciantes y estancieros.
Detrás de este cuadro de conflictos incesantes, encontramos motivaciones económicas particulares. El estado de guerra justificó en Chile la legalización de la esclavitud de los indios rebeldes, con los consiguientes beneficios que ello podía reportar. Así, la guerra y las acciones contra los indios pretendían en muchos casos, no tanto dominar el territorio o someter a los indios, como capturar “piezas” para luego venderlas; un estímulo para enmendar el escaso atractivo que ofrecía Chile a los militares españoles.
Al mismo tiempo, los esclavos podían paliar la escasez de mano de obra. Por su parte, los estancieros tenían en el ejército un mercado seguro de sus productos, y los gobernadores y oficiales recibían gran parte de los fondos de la administración, justificando las rebeliones continuas de los indios. Esta posición se plantea muy sintéticamente por Ricardo Alonso de la Calle, en un artículo llamado, “Los Fuertes Fronterizos chilenos. Resistencia e integración en la Frontera de Chile en los Siglos XVI y XVII”[5]
El fin de este periodo, históricamente, se encuentra en las Paces de Quillin, tratado que con carácter diplomático fue suscrito cerca de la actual localidad de Cholchol, el 6 de enero de 1641, y cuyos firmantes principales fueron el gobernador de Chile, Francisco López de Zúñiga – el Marqués de Baides– y los loncos Chicahuala y Loncopichón, entre otras autoridades.
Ampliamente estudiado en Chile y el extranjero, refiere a él y sus consecuencias Carlos Lázaro Ávila, en 1995, en su tesis doctoral de la Universidad Complutense de Madrid; la llamó: La transformación de los araucanos. (Siglo XVII), destacando la decisión que los españoles dejarían de incursionar al sur de la frontera del Bíobio para capturar mapuches.
En Chile, José Bengoa lo analizó en su libro “Historia de los antiguos mapuches del sur”, de Editorial Catalonia, del año 2013, otorgándole una calidad importantísima, pues se les reconocía su derecho a vivir en paz, sin sujeción a ningún señor, en libertad, la que habían conquistado en 100 años desde la llegada de Pedro de Valdivia.
Pedro Cayuqueo, periodista y escritor actual, señala que el día de su celebración, debiera conmemorarse como el Día Nacional Mapuche.
Sergio Villalobos retruca finamente estas visiones en un artículo llamado “Nuevas fantasías y errores en la historia de la Araucanía”[6], y estima que se ha exacerbado su importancia sin nueva información sobre las relaciones indígena-españolas en esa época.
José Manuel Zavala, en su obra Los mapuches del S. XVIII, señala que no todos los parlamentos tienen la misma duración, ni la misma importancia, pero a partir de mediados del siglo XVII van adquiriendo una formalidad en su organización: una misma ritualidad y unos procedimientos que pueden variar en los detalles, pero que suelen obedecer a un protocolo, sobre todo aquellos que fueron redactados por un mismo secretario, previo acuerdo y pauta de la Junta de Guerra[7].
En el curso del S. XVIII, las relaciones fueron pacificas mayormente, de alta comunicación comercial y mestizaje; sin embargo, los medios de dominación se centraron en las misiones y en el avance de la labor de la órdenes religiosas que se establecieron de manera más firme dentro del territorio de los indígenas, o en sus márgenes. Sobre esto, existen detallados trabajos. Una buena bibliografía al respecto se puede consultar a partir del libro Misioneros en la Araucanía, 1600- 1900, publicado por la Universidad de la Frontera en 1988, y donde Jorge Pinto Rodríguez, Holdenis Casanova Guarda, Sergio Uribe Gutiérrez, OFm, y Mauro Matthei, OSB, dan cuenta de sus investigaciones que al respecto emprendieron, en el marco de los quinientos años del descubrimiento de América por el imperio español.
En relación a la resistencia franciscana al proceso independentista, el trabajo de Jaime Valenzuela Márquez, publicado en el 2005, disponible en el sitio Scielo con el título de Los Franciscanos de Chillán y la independencia, es un buen texto, aunque los hermanos franciscos, actuaron con algo más que oraciones.
Paralelo a la expulsión de los jesuitas en 1767, sobrevino la crisis del sistema misional, empezando por las críticas franciscanas al conjunto del sistema jesuita: misiones volantes, correrías, bautizos multitudinarios, propuesta de formación de pueblos de indígenas, puntualmente en la frontera del Bíobio y su zona fronteriza.
¿Qué quedaba entonces como la labor misional para los franciscanos, habida cuenta de la crítica y la autocrítica del fracaso, cuestión más que evidente para las autoridades, los militares, el comercio, y los hacendados?
El rayado de cancha queda claramente establecido en una carta que el gobernador Ambrosio O´Higgins, con fecha de 02 noviembre de 1793, le envía a Benito Delgado, guardián del Colegio de Chillán. Los términos de la carta son los siguientes: “conocer el interior de la tierra, adquirir conocimientos útiles, granjear inteligencias con caciques y ulmenes, descubrir cualquier maquinación de los indios, convencerlos por la beneficencia de los españoles, infundiéndoles respeto por nuestro gobierno”.[8]
Destaca en el S.XVII el Parlamento de Tapihue, que se realizó en un llano a dos leguas de la Plaza de Yumbel, entre el 21y 29 de diciembre de 1774, y su descripción la formula Leonardo León, en un extenso artículo publicado en Memoria Chilena, con ese mismo nombre.
Las capitulaciones del tratado de Tapihue establecían las reglas de un diálogo basado en la equidad; los lazos que se creaban no eran de sometimiento sino de dependencia; las obligaciones y derechos que se instituían eran recíprocos. El precio del consenso era, de una parte, la continuación del estado de independencia en que se mantenían las tribus, sin pago de tributos, ni encomiendas, mientras el Estado demandaba la fidelidad más absoluta hacia el monarca. El resultado era la transformación de los araucanos en soldados del rey y la consolidación de un tipo fronterizo, los Capitanes de Amigos, de mucha importancia hasta finales del S. XIX.
[1] Archivo del Colegio Franciscano de Chillán. Asuntos Varios. Vol. 8. Archivo Francisano Santiago. 11 Es probable que tanto el manuscrito original del tratado, así como los despachos hacia Pedro Barnachea, hayan formado parte de los volúmenes 12 – 40 – 45 y 120, del Fondo Ministerio de Guerra, y del volumen 20 del Fondo Ministerio del Interior. Esa documentación, lamentablemente y producto del primer inventario de la documentación del Archivo Nacional de Chile, que data de 1991, ha sido reportada como perdida. La mayor parte de esa documentación inexistente abarca el periodo 1810 a 1835.
[1] Revista electrónica Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, 2005. Disponible en https://journals.openedition.org/nuevomundo/589
[2] BOCCARA, GUILLAUME “Notas acerca de los dispositivos de poder en la sociedad colonialfronteriza, la resistencia y la transculturación de los reche-mapuche del centro-sur de chile (XVI-XVIII), en Revista de Indias, 1996, vol LVl, núm. 208.
[3] https://doi.org/10.3989/aeamer.1999.v56.i1.288
[4] Para mayor referencia analítica del tema: CARLOS LÁZARO ÁVILA, «Las visiones condicionadas de
Falcón y Pineda: dos cautivos europeos ante la sociedad americana», en F. DEL PINO y C. LÁZARO (coords.),
Visión de los otros y visión de sí mismos, CSIC, Madrid, 1995, pp. 127-139
[5] En Revista: Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, t. 18-19, 2005-2006, págs. 223-246.
Disponible en internet.
[6] https://www.scielo.cl/pdf/cuadhist/n38/art_06.pdf
[7] Los Parlamentos Hispano-Mapuches. 1593-1803 Textos Fundamentales. http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:553681