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Cultura

Publicado por Citerior Noviembre 30, 2018

LA KÁBALA

Redacción Portal Citerior

Esta sabiduría permitiría conocer el origen de todo lo que existe; aquí se va a definir como hacen algunos pensadores judíos; Kábala significa “tradición” o “Recepción de un Don”. Es la Torá oral que Moisés recibió en el Sinaí, al mismo tiempo que la ley escrita en las Tablas.

En la actualidad se utiliza el término para dar nombre a una doctrina esotérica especial de la tradición judía a la que se considera como el auténtico contenido de la Torá.

La Kábala es una forma judía de conocimiento trascendente que apunta a penetrar en el conocimiento de los misterios de la divinidad; es la “gnosis” judía, que ha sido transmitida desde tiempos inmemoriales a través de una larga cadena iniciática; es el cauce doctrinal secreto que recoge las más profundas y elevadas enseñanzas de la religión judía; su mensaje es eminentemente secreto.

En ella se revela la sabiduría oculta y suprema del judaísmo; ésta se basa en interpretaciones simbólicas y esotéricas de las sagradas escrituras utilizando el simbolismo oculto de sus letras, números y palabras. El reconocimiento de las fuerzas místicas y poder creador de las palabras escritas y pronunciadas es uno de los rasgos característicos de la doctrina kabalística.

Para la doctrina de la Kábala, el Universo ha sido ordenado por un lenguaje matemático, preciso, que determina la verdadera naturaleza de las cosas: el universo, en este sentido, es un alfabeto cósmico escrito por el mismo Dios.

Así, la Kábala sería la que mejor expresa las leyes que existen entre el creador, la creación y la creatura. El sistema que utiliza para tal trascendente explicación lo representa, simbólicamente, el árbol sefirótico, el árbol de la vida. Este árbol sefirótico haría verdaderamente la síntesis de Dios, del universo y del hombre.

Se entiende que, en realidad, nadie puede explicar exactamente, objetivamente, lo que es el universo, ni como fue creado. Pero el árbol sefirótico representaría un sistema de explicación del mundo que es de naturaleza mística; sus bases se remontarían milenios atrás y que los espíritus excepcionales que lo concibieron no poseían, evidentemente, ni telescopios, ni siquiera anteojos astronómicos para estudiar el universo.

Sin embargo, habían comprendido que estas palabras pronunciadas por Dios en el momento de crear al hombre: “hagamos al hombre a nuestra imagen” significarían que la llave del conocimiento es la ciencia del hombre mismo. Comprendían que al estudiar al hombre, su naturaleza, las diferentes funciones en su organismo físico y de su organismo psíquico llevaría a conocer a Dios y al universo. Porque Dios y el universo se reflejan en el hombre como lo enseñaban también los iniciados de la Grecia antigua: “conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses”.

Así, gracias a la meditación, gracias a una vida interior intensa, los kabalistas llegaron a captar una realidad cósmica que sólo es posible traducir con ayuda de imágenes y de relatos  simbólicos.

Esta imagen del árbol de la vida comprende diez regiones  o sefirots, que corresponden a los diez primeros números. En efecto, la palabra hebrea “séfira” (pl. sefirots) significa numeración.

Los diez sefirots  son: KETHER, la corona; HOCHMAH, la sabiduría; BINAH, la inteligencia o comprensión; HESED, la gracia o bondad; GUEVURAT , la fuerza; TIPHERET, la belleza; NETZAH, la victoria; HOD, la gloria; IESOD, el fundamento y MALKUT, el reino.

Estos diez sefirots no significan que el universo esté dividido en diez regiones; el número diez es simbólico; representa una totalidad, un conjunto finito.

Significa que, a partir de los diez primeros números, todas las combinaciones numéricas son posibles: Dios creó, primero, diez números, los diez sefirots y con estos diez números puede crear otros números, es decir, existencias hasta el infinito.

Antes, o más allá de la séfira Kether, los kabalistas sitúan una región  a la que llaman Ain Soph Aur (luz sin fin), que es la región del absoluto, de Dios no manifestado. Así, la divinidad tal como la comprenden los kabalistas, se sitúa más allá de la luz y las tinieblas, más allá de los mundos creados.

“Hágase la luz, dijo Dios”… ¿es que Dios habló?

Esta palabra o frase, hágase la luz, no tiene ninguna medida común con lo que nosotros podamos identificarla. No es más que una forma de expresar la idea de que para crear, Dios proyectó algo de sí mismo. Es esta proyección que era Él, una forma nueva de Él, a la que llamamos luz.

Decir que Dios habló, es decir que tuvo la voluntad de manifestarse. Esta luz es la sustancia que el verbo divino hizo aparecer para que se convirtiera en materia de la creación. De ahí que el mundo físico que conocemos, no es más que una condensación de la luz primordial. Entonces, el universo no es otra cosa que sustancia extraída de Dios  y que se volvió exterior a Él, pero que sigue siendo Él.

Ahora bien; puesto que los kabalistas presentaron a la creación bajo la forma de un árbol, este cuadro de los sefirots sólo puede ser comprendido teniendo en cuenta la imagen del árbol. Todos sabemos que el árbol tiene raíces, tronco, ramas, hojas, brotes, flores y algunos frutos, que son todos solidarios los unos con los otros. Igualmente, los sefirots están conectados entre sí mediante vías de comunicación llamados senderos.

Estos senderos son veintidós (22) y están relacionados con las veintidós letras del alfabeto hebreo. Aquí habría que comprender cómo se desarrolla un árbol. “El reino de Dios, dijo Jesús, es semejante a un grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo… ” Bueno, hasta que una semilla no es sembrada no podremos conocerla, porque la vida está en ella paralizada. Pero en cuanto se ponga en la tierra, se divide y aparece un germen que se convierte en un tallo y empieza a crecer, entonces empezamos a conocerla.

La semilla que ha sido puesta en tierra es la primera séfira, KETHER, la corona. Hasta que la semilla no ha sido sembrada, el proceso de vida no puede empezar.

Una vez en tierra, la semilla se divide, se polariza, y es HOCHMAH, la sabiduría, el binario, la oposición de lo positivo y de lo negativo, de lo de arriba y de lo de abajo. Las fuerzas contenidas en la corona empiezan a dividirse, a oponerse unas de las otras. Pero en verdad estas fuerzas no están completamente divididas; siguen unidas por la corona que les recuerda que son masculinas y femeninas, positivas y negativas, y que solamente unidas pueden trabajar por el bien del mundo. Ahí surge BINAH, la inteligencia que las armoniza.

KETHER, HOCHMAH y BINAH son las raíces hundidas en el suelo del mundo de arriba. En la planta, la raíz representa la cabeza y está en la tierra; en el hombre, en cambio, en el árbol de la vida que lo representa, sus raíces están plantadas arriba, en el cielo.

El árbol de la vida es el universo que Dios habita e impregna con su existencia; representa la vida divina que circula a través de toda la creación. Por esto, como el ser humano ha sido creado a imagen de Dios, es también una imagen del universo. Aparentemente, el hombre es nada; sin embargo, es también el universo entero, es Dios. Lamentablemente, aun el hombre verdadero no lo conocemos; sólo conocemos sus envolturas.

Lo que también debe entenderse es que cuando la Kábala habla de la creación del hombre, no se trata de nosotros, de los seres humanos, sino de Adam Kadmon,    (Adam = hombre, Kadmon = primordial), es decir, hombre primordial.

Adam Kadmon es el hombre cósmico, cuyo cuerpo está formado por las constelaciones y los mundos. El cuerpo de Adam Kadmon es el primer ser creado por Dios. Y Dios está más allá de todo el universo creado; está más allá de la séfira Kether.

Es Adam  quién empieza en Kether.

Kether es la cabeza de Adam Kadmon, Hochmah es su ojo derecho  y la parte derecha de su cara. Binah es su ojo izquierdo y parte izquierda de su cara. Hesed, el brazo derecho, Gevurat el brazo izquierdo, Tipheret el corazón y el plexo solar. Netzah la pierna derecha, Hod la pierna izquierda. Lesod el sexo y Malkut los pies.

Adam Kadmon es el arquetipo de quien nosotros somos; una célula, un reflejo.

El libro que explica con más claridad el Árbol de la vida es el SeferYetzirah o libro de la creación; este es uno de los más antiguos tratados rabínicos de filosofía kabalística. No está demás recalcar que es un manual filosófico y esotérico que trata del origen del universo y de la humanidad.

Otros de los libros interesantes que explican la doctrina esotérica de la Kábala  es el libro del Zohar o libro del esplendor.

Se dice que este libro es el más misterioso y al mismo tiempo importante libro de Kábala; este libro describiría, según los judíos, el sistema oculto de la Guía superior; describe los mundos, las superpotencias que la gobiernan; el Zohar también explica cómo se propaga en cascada cada acontecimiento en el mundo superior hacia el nuestro y los ropajes que adquiere aquí.

Continuando con la doctrina mística de la Torá, la Kábala, es necesario también mencionar otro importante libro que complementa la comprensión e inteligencia, no sólo del Zohar y del SeferYetzirah, sino también de la Torá (los cinco primeros libros del antiguo testamento de la Biblia).

Los fragmentos del Bahir o libro de la Claridad abordan la cuestión del bien y del mal, de lo masculino y lo femenino, los dos principios de los cuales el mundo fue creado y de la unión de los cuales surge la esperanza de la redención. Así, la unión del hombre y la mujer por amor, cumple la promesa de la victoria del bien sobre el mal, de la unidad sobre la separación.